A la conclusión de la cumbre de Bruselas, el presidente permanente del Consejo de Europa, Herman Van Rompuy, se mostró satisfecho por el «sólido pacto» alcanzado en la misma, el cual servirá para fortalecer el euro. Se supone que el principal responsable institucional de la cumbre de líderes europeos, a no ser por un impensable desacuerdo total, debe presentar un balance positivo de esas reuniones. Además hubo «acuerdo». Sin embargo, quien tiene verdaderos motivos para mostrar su satisfacción tras la cumbre es la canciller alemana, Angela Merkel, quien ha logrado, por encima de las reticencias del resto de estados, una reforma del reciente Tratado de Lisboa para que el fondo de rescate para estados en apuros financieros sea permanente, lo que el presidente francés, Nicolas Sarkozy, denomina reforzar la solidaridad. En cuanto al deseo de Berlín de suspender el derecho de voto a los países que reiteradamente incumplan las decisiones de la UE en materia presupuestaria, sólo ha logrado que el presidente del Consejo estudie esa posibilidad. En cualquier caso, ha quedado claro, más claro si cabe, quién pone las normas en materia económica en la Unión Europea, así como la dirección de esa política económica: la que el timón de Angela Merkel y Nicolas Sarkozy impone; es decir, a la derecha. Más aún.