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Silencios y clamores sobre la tortura

La manifestación que reunió anteayer en Donostia a 20.000 personas contra la tortura supone una noticia de gran alcance no sólo en el marco vasco, sino en el contexto europeo. En ningún otro punto del continente será imposible encontrar, en pleno año 2010, una movilización contra esa práctica teóricamente superada por la historia en esta parte del mun- do, y en caso de que la hubiera sería inviable que reuniera a tal número de personas. Esta es una primera evidencia incontestable que debiera mandar para siempre a la basura el forzado argumento de que las denuncias son una falacia. De hecho, ayer ningún portavoz político se puso en evidencia a sí mismo acusando a tantos manifestantes de seguir algún manual. Han preferido el silencio.

La participación en la movilización superó además con creces a otras convocatorias realizadas por este motivo en los últimos años. Se trata de una señal clara de que la ciudadanía vasca ha entendido la urgencia de enterrar definitivamente esta cuestión lacerante. Atendiendo a los relatos detallados llegados tras las últimas redadas («la bolsa», el «frigorífico», los golpes en los testículos, los desvanecimientos, las hospitalizaciones...), nadie podría discutir que a día de hoy ésa es la mayor violencia cometida en este país en relación con el conflicto político. Y por eso también, dirigentes políticos, institucionales, medios de difusión y otro tipo de aparatos de poder callan ante estas denuncias.

Sus silencios son reveladores. Tan reveladores como la oscuridad de los calabozos, como el anonimato de los captores, como las grabaciones que nunca existen, como las puertas cerradas de los despachos de los jueces, como el vacío temporal provocado en esos cinco días y noches... La propia esencia de la incomunicación -sinónimo de ocultación, de mentira, de impunidad- hace que la carga de la prueba recaiga sobre quienes la mantienen. Frente a ello, la sociedad vasca demostró en Donostia que ha decidido no callar, sino lanzar un «stop» clamoroso que se ha escuchado también fuera de estas fronteras y que debe marcar el principio del final de esta lacra.

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