El «fenómeno Obama», hostigado a diestra, siniestra y desde el centro
Hay quien ha sostenido desde el principio que es un adelantado a su tiempo. Y quien llega a defender que su talla estaría por encima de cuitas electorales. Lo cierto es que Obama desata pasiones. Las que convocó a su favor parecen presas de la desilusión o del miedo en una situación económica que no termina de despuntar. Y los que le odian parecen crecidos y no han dudado en utilizar en su contra una biografía poco convencional. La de Barack Hussein Obama.
Stephen COLLINSON (AFP)
Dos años después de la histórica elección del primer presidente negro en la historia de EEUU, la filosofía política de Barack Obama, así como su verdadera personalidad y objetivos, siguen siendo un misterio para muchos de los electores que votaron ayer en unas elecciones de medio mandato en las que se daba por descontado un castigo a la Casa Blanca.
Tras una ascensión fulgurante, Obama se convirtió, durante la campaña presidencial de 2008, en el adalid de la esperanza. Su eslogan, «Yes we can (Sí, podemos)», simbolizó la idea de que un movimiento nacido de la base podría cambiar la naturaleza del juego político tradicional en Washington. Ya candidato, Obama presentó en campaña un perfil más allá de la tradicional división de partidos, y prometió un acercamiento entre la América «roja» (republicana) y «azul» (demócrata).
Pero sus esfuerzos para acercar posiciones con sus rivales republicanos chocaron de frente con la obstrucción sistemática de estos últimos, mientras que la crisis económica heredada del mandato de George W. Bush le obligó a un intervencionismo inédito desde la Gran Depresión de los años 30.
800.000 millones de dólares
Desde su llegada a la Casa Blanca en enero de 2009, la intervención estatal para salvar a los grandes intereses financieros y económicos del colapso ha sido monumental, con la toma de control de sectores enteros de la industria automovilística y un plan de rescate-relanzamiento por valor de 800.000 millones de dólares.
Si el plan de rescate de los bancos generó una indignación total entre la población estadounidense, fue uno de los ejes de su política social, la reforma del sistema de seguro de salud, el que movilizó a los republicanos, que comenzaron a acusarle de excesivo intervencionismo. Todo ello en un país en el que la desconfianza hacia el Gobierno federal está anclada en las raíces mismas de su peculiar historia.
Las críticas republicanas se han repetido cuando Obama ha anunciado su intención de poner coto a los desmanes de Wall Street, en un intento de recuperar parte del dinero utilizado en el rescate y de evitar que situaciones como el estallido de la burbuja financiero-inmobiliaria de agosto de 2008 vuelvan a repetirse en el futuro.
No está nada claro que las críticas al intervencionismo de Obama de las élites republicanas -e incluso de un importante sector demócrata- coincidan con las que pueda albergar el estadounidense de a pie, y menos en el caso de Wall Street.
Pero los republicanos parecen haber sabido tocar una fibra muy sensible de parte del electorado, haciéndole creer que sus intereses, y su defensa de las sacrosantas «libertades» frente al estatismo de Obama, serían una y la misma cosa.
El republicano Newt Gringrich, quien suena como candidato a las presidenciales de 2012, ha llegado a asegurar recientemente que «la maquinaria socialista y laica» de Obama estaría debilitando «los valores americanos.
Expectativas defraudadas
Si desde la derecha se presenta a Obama como «radical», sus aliado de izquierda denuncian el incumplimiento por parte del presidente de su promesa de un cambio en profundidad.
Los escasos, por no decir nulos, avances en materia de reconocimiento de los derechos al margen de la opción sexual y en otras cuestiones y el hecho de que Guantánamo siga sin haber sido clausurado y la Casa Blanca se niegue a hacer públicos los abusos de la Administración Bush en la «guerra al terrorismo» no ayudan precisamente a apuntalar la imagen de Obama.
Un presidente visto tan tímido a la hora de acometer reformas sociales profundas como osado a la hora de salir al rescate de la gran banca y la gran industria estadounidenses.
Si la «izquierda» está decepcionada, los independientes, que sostuvieron al fenómeno Obama, han desertado en masa, a juzgar por los sondeos.
A la hora de explicar esta paradoja, el politólogo Andrew Dowdle, de la Universidad de Arkansas, sostiene que la historia de EEUU muestra que parte de los electores se sienten atraídos por los candidatos que postulan el cambio pero lo consideran perturbador cuando el cambio se produce. «Los hombres políticos que se comprometen a cambios profundos se ven luego confrontados a una reacción negativa», sostiene.
Para completar este panorama, la oposición ha aprovechado la compleja personalidad y biografía de Obama -nacido en Hawaii de padre extranjero y criado en parte en Indonesia- como alejado de las preocupaciones del estadounidense de a pie. Muchos siguen convencidos de que o bien Obama es musulmán o, cuando menos, no habría nacido en EEUU, condición sine qua non para poder aspirar a la Presidencia.
Para el intelectual conservador Dinesh D'Souza, Obama habría heredado la ideología anticolonialista de su padre, keniata, lo que sería el eje de su acción política.
Muchos observadores ven en el presidente a un profesor universitario más amante de las discusiones teóricas que del contacto con los electores.
El historiador James Kloppenberg, autor de un reciente estudio sobre la visión del mundo de Barack Obama, lo presenta sin ambages como un «presidente filósofo», caso raro en la historia de EEUU.
Los 600.000 habitantes de la capital estadounidense seguirán sin tener un electo con poder de voto en la Cámara de Representantes.
En febrero de 2009, el Senado adoptó un proyecto de ley para corregir esta anomalía histórica. Pero en el momento del voto se añadió una enmienda republicana para facilitar a los habitantes de Washington el acceso a las armas. Así, al llegar a la Cámara de Representantes, la iniciativa fue rechazada por ir unida a la enmienda.
No faltan, sin embargo, expertos que estiman que esa ley sería inconstitucional, pues sólo los habitantes de los estados pueden elegir a miembros del Congreso. Por contra, y en un intento de convencer a los republicanos, los promotores de la ley propusieron compensar el nuevo electo por Washington, de tendencia demócrata, por uno más por Utah, bastión republicano.
La anomalía se remonta a 1800, cuando la capitalidad fue trasladada de Philadelphia a Washington. En un intento de evitar la concentración de poder sobre el Congreso, se decidió que fuera administrada directamente por el Estado federal. Emmanuel PARISSE (AFP)
Desde Kuala Lumpur (Malaisia), la secretaria de Estado de EEUU, Hillary Clinton, señaló que «he hablado con el presidente Obama y creo que me tiene un poco de envidia porque esté tan lejos».
«¿Donde están los empleos?», insistía ayer John Boehner, quien será el presidente de la Cámara de Representantes en caso de victoria republicana. «Es lo que los americanos se preguntan desde hace 20 meses», añadió en un artículo en el diario «USA Today».
Obama insiste en que «en general, las cosas han mejorado en los dos últimos años. La cuestión es saber si podemos seguir esa senda. Y para que podamos debo tener amigos y aliados en el Congreso», señaló a la cadena KPWR-FM de Los Ángeles.
Los electores se acercaban en un bello día de otoño a un colegio electoral de Harlem, bastión histórico de los negros en Nueva York, dispuestos a defender a Obama.
Aunque el candidato local demócrata Charlie Rangel parecía no tener problemas para lograr su reelección a la Cámara de Representantes, el sentimiento general era de inquietud. «Yo pienso que los electores van a votar en masa, porque el reto es grande», insistía Chelsea Silverman, quien anticipaba que «creo que los demócratas van a resistir mejor de lo que se preveía».
Para Morris Frasier, la movilización del voto era importante. «Muchos aquí en Harlem sienten que el primer presidente negro del país está en peligro por el Tea Party. Este movimiento nació como reacción a la elección de un presidente negro; es puro racismo», denuncia.
En la otra punta de Manhattan, en Wall Street, la Bolsa de Nueva York abrió al alza, como dando la bienvenida a la perspectiva de una victoria republicana.
«El mercado espera que los republicanos tomen el control de la Cámara de Representantes y pongan en peligro la mayoría demócrata en el Senado. En otras palabras, que la elección provoque un bloqueo en Washington» que impediría la adopción de reformas para meter en vereda al mundo financiero, resume Patrick O'Hare, de la web de análisids Briefing.com.
En las calles del barrio financiero, no todo es blanco o negro. Timothy Smith, financiero, reconoce que está «un poco decepcionado pero no lo suficiente para cambiar mi voto (demócrata)». Dan Lustig, agente inmobiliario, se reconoce miembro del Tea Party. Sebastian SMITH (AFP)