José Miguel Arrugaeta Historiador
A la luz del lehendakari Agirre
Para Miren, porque siento que se nos han quedado muchas cosas pendientes, pero cuando escribía estaba pensando en ti, compañera.
Mi pequeño y lejano país vive nuevos tiempos, cargados, como es natural, de esperanzas y potencialidades, pero también preñados de riesgos, apuestas y caminos aún por recorrer. Desde la distancia resulta casi imposible apreciar los matices y las dificultades del día a día, sin embargo, es esa misma distancia la que nos permite a veces adivinar la línea imaginaria del horizonte. Los dilemas que se nos presentan hoy, como pueblo, no parecen diferentes a los que hemos dejado sin resolver a lo largo de nuestra historia.
Antes que nosotros, nuestros mayores también vivieron y enfrentaron momentos de difíciles decisiones y definiciones sobre los temas fundamentales que deben articulan las bases de construcción de una sociedad nacional vasca. Algunos de ellos nos dejaron por escrito parte de su pensamiento, reflexiones y experiencias personales ajustadas al momento histórico que les tocó vivir y protagonizar. Acudir a estos textos puede servirnos, en estos tiempos que ya se avecinan, para distanciarnos prudentemente de la agotadora, repetitiva y en muchas ocasiones engañosa dinámica política diaria, marcada por lo general por una práctica bastante mal entendida de la «cosa pública» que consiste en constantes noticias puntuales y declaraciones «cruzadas», de escaso recorrido, y en muchas ocasiones también de muy pobre contenido, pero sobre todo, en mi opinión, lo más importante de este saludable ejercicio que les propongo es que «releer» el pensamiento político de nuestros antecesores, con una mirada propia, imaginativa y actual, puede ayudarnos en buena medida para acertar a encauzar el crucigrama que, como pueblo y sociedad, arrastramos desde hace algo más de siglo y medio (por no alejarme demasiado en el tiempo).
Para predicar con el ejemplo, yo he comenzado a revisar entre mis desordenadas cajas y estanterías buscando libros que puedan servirme de inspiración, dado que el tiempo de construir futuros ya está aquí, y yo no pienso perdérmelo, pues tengo la firme voluntad y disposición para ejercer el derecho -y obligación- de aportar, como ciudadano y también formando parte de los «míos», para lo cual uno tiene que estar bien preparado y tener las ideas claras, pues es mucho lo que nos jugamos.
La verdad es que resulta difícil elegir por dónde iniciar la tarea, así que voy a empezar, por ejemplo, por el «Diario de Aguirre»; la única razón es que me parece muy apropiado, actual y, además, lo tenía bastante a mano. José Antonio Aguirre fue, como todo el mundo debería saber, un destacado y brillante político nacionalista que ocupó durante bastantes años la máxima representación del histórico PNV. Además le correspondió la enorme tarea de dirigir el Gobierno Vasco durante la guerra civil y el largo exilio hasta su muerte, el 22 de marzo de 1960.
De la extensa y azarosa vida pública de este hombre siempre me ha llamado la atención lo que considero una profunda evolución en su pensamiento político a raíz de la derrota de la República. Evolución que yo resumiría en transitar de una propuesta autonomista al diseño de una estrategia nacional (no confundir con nacionalista) que apuntaba a la independencia. Por lógicas cuestiones de espacio no me resulta posible entrar en aclaraciones y matices sobre sus contradicciones, alianzas políticas o su influyente personalidad (polémicas que son parte del oficio de historiar, y que siempre me parecen saludables), pero en realidad mi intención no se refiere a aspectos históricos, sino a ofrecerles algunos fragmentos, casi apuntes, de parte de sus reflexiones políticas, que considero de mucho calado y que van bastante más lejos de las contingencias y urgencias diarias de aquellos tormentosos años de la II Guerra Mundial.
Una fría noche de febrero de 1941, en Berlín, Aguirre anota escuetamente en su Diario: «Leo a Martí, el gran patriota cubano». Su acercamiento a este inmenso intelectual latinoamericano no sólo formaba parte de la cultura general del lehendakari, sino que parece encerrar una marcada intencionalidad, ya que el largo y cruento proceso de la independencia de Cuba tiene bastantes similitudes con el nuestro, salvando las distancias, pues en el mismo podemos encontrar un triángulo político-social muy parecido al nuestro: un cerrado integrismo hispano (todos juntos -liberales, conservadores, republicanos...- enarbolaban la misma consigna, ¡Viva Cuba española!), un autonomismo calculador, ambiguo y finalmente estéril que anteponía sus intereses y espacios de influencia a los riesgos de la plena libertad, y un amplio, pero siempre disperso, espacio independentista, que se convertía en revolucionario por contraposición a los otros dos. Estoy seguro de que este panorama les resultara bastante familiar.
Aguirre reseña, el 20 de abril de 1941, la inmediata lectura de otra obra cubana, en este caso el libro de Estévez «Desde el Zanjón hasta Baire»: «Es la marcha cubana entre la libertad y la revolución. Como pasa a otros. Todo es igual. También lo será el resultado». Y al día siguiente añade al calor del mismo título: «Todo se repite, la mala fe hispana ha sido siempre parecida. Promesas, programas, luego nada».
Entre avatares propios de su delicada situación personal, Aguirre sigue haciendo interesantes anotaciones en las páginas de su diario. A diez años de la Asamblea de municipios vascos de Lizarra, reflexiona sobre el trayecto recorrido: «Hoy se ha consagrado el problema; mañana entraremos en la etapa de las realizaciones... En diez años nuestro pueblo ha vivido como no lo hizo en siglos de su triste historia. Otros diez completarán la obra de redención, libertad y realización de su plan político-social». Más allá de su inexacta predicción, pues como saben no fueron otros «diez años», sino bastantes más, me quedo con dos ideas implícitas: la primera es que determinados objetivos y procesos requieren de un «tiempo» histórico largo para su maduración y concreción (recordatorio importante para aquellos que constantemente piensan que el ritmo siempre es demasiado lento), y la segunda es que el «plan» es político-social, es decir, que la libertad nacional es prima-hermana de transformaciones sociales. Punto importante para reflexionar en estos tiempos de intensa crisis económica, que parece estructural y que amenaza con quedarse definitivamente entre nosotros.
La unidad sólida como base de la eficacia política es preocupación permanente en sus páginas, y el asunto parece también elemento fundamental en estos tiempos: «Maduro en mi cabeza planes y planes que realicen la unión eficaz de todos los vascos», escribe el 25 de octubre de 1941. Vuelve, una y otra vez, al mismo asunto: «Me dicen que soy demasiado bueno, porque no rompo, rasgo y destituyo... necesitamos de todos...».
Sin embargo la unidad no resulta para Aguirre un fin en sí mismo, sino herramienta necesaria para contenidos y propósitos políticos de largo aliento, que sintetiza en una página fechada el 17 de diciembre de 1941, y que contiene una actualidad realmente impresionante: «Redacto el plan de acción para Euzkadi y Cataluña. Nuestro pensamiento era ya conocido y sin discusión: afirmación nacional vasca y catalana y derecho de autodeterminación. Faltaba el programa de acción: o la declaración de independencia o la acción conjunta peninsular a base de aquellos principios».
Podría reproducir muchos más fragmentos, pero no es mi intención copiarles el texto completo de José Antonio Aguirre sino, como decía al inicio de este artículo, llamarles la atención sobre lo recurrentes que resultan, a la luz de los que nos precedieron en nuestra historia, algunos temas esenciales que tenemos por delante en este nuevo tiempo histórico que comenzamos.
Si yo llevase un diario, no les quepa duda de que hoy, antes de acostarme, anotaría: Leo a Aguirre, el gran patriota vasco. Y añadiría, en la misma página, al calor de lo que me sugieren sus reflexiones, un último párrafo: En el camino a la libertad sin duda habrá numerosos obstáculos, trampas y momentos espinosos, por eso, leyendo al lehendakari, se me ocurre que entre nuestras obligaciones urgentes están buscar la unidad más amplia, llenarla de contenidos y planes. Dotar a este proceso de una sólida, numerosa y muy activa base social, para hacerlo irreversible, y no perder de vista la mala fe de quienes siempre nos han negado nuestra libertad y nuestra soberanía. Esto va a requerir de nosotros un máximo de esfuerzo, mucha madurez y seguramente también un «tiempo» más o menos prolongado. Hagamos bien la tarea, nuestra patria lo necesita y nosotros, los vascos y vascas, nos merecemos esa libertad.