Cuestiones de Estado sobre la arena del desierto
Dabid LAZKANOITURBURU Periodista
Cuestión de Estado... alauí. 35 años después de la Marcha Verde que condenó al pueblo saharaui al destierro en el desierto, Marruecos ve con gran preocupación el protagonismo político creciente que está asumiendo la lucha desde el interior de los territorios ocupados y ha cortado de raíz la simbólica iniciativa de las haimas de Gdeim Izik.
Al rey y «Comendador de los Creyentes» no le quitaban el sueño los cientos de miles de saharauis abandonados a su suerte en la lejanía de Tinduf. Menos, después de que decidieran hacer callar sus armas y adentrarse en el laberinto sin salida de la ONU. Pero los más temidos fantasmas para la monarquía marroquí han resurgido de la arena en El Aaiún. Y ha decidido acabar con ellos a sangre y fuego.
Cuestión de Estado... español. Lo ha dicho Zapatero desde Seúl. Mientras otea al enemigo desde las amenazadas murallas de Ceuta y Melilla, Madrid tiene sus propios fantasmas: el islamismo armado, que se hizo carne y provocó una masacre en el 11.M, y la inmigración. Y Marruecos juega a la perfección con esos miedos.
Cuestión de Estado... de las cuentas. El petróleo, el fosfato y los caladeros repletos de pescado de las costas saharianas cotizan mucho más en Europa que la vida y el futuro de unos desharrapados.
Cuestiones de Estado que condenan al pueblo saharaui a la no existencia, al no Estado. A un pueblo que, ya es mala suerte, le tocó además en suerte como potencia colonizadora a la metrópoli española. Un Estado que ni siquiera ha sido capaz de ajustar cuentas con su pasado -léase «Transición»-. Como para que se las vaya a exigir a otro...