CRíTICA teatro
Reconstrucción
Carlos GIL
Con el “Tío Vania” de Anton Chéjov como inspiración, sus personajes diseccionados y lanzados a un espacio escénico neutro y activado precisamente desde la deshabitación retórica, proponiendo una supraestructura dramática en la que los actores se vuelven unos personajes previos que acaban representando o reviviendo o reconstruyendo las vicisitudes de la trama chejoviana. Nos encontramos ante uno de esos supuestos en los que la textualidad preeminente acaba transformada en una magnífica referencia subordinada que sirve para crear otro mundo paralelo, atravesado por Chéjov, pero convertido en algo mucho más cercano, más presente en sus formas y sus resortes comunicacionales.
Como viene siendo ya habitual en Théâtre des Chimères, introduce una circunstancia idiomática, una hibridación que resulta en un principio paradójica pero que acaba dando consistencia a la propuesta; el uso indiscriminadamente del francés o el euskara por parte de los actores, de sus personajes, de sus roles. Un ejercicio estilístico que representa un esfuerzo interpretativo, resuelto con una traducción sobretitulada constante, lo que añade un punto de singularidad, de compromiso territorial, de un expresar el aquí y ahora del mensaje que se nos quiere transmitir, con esos personajes que se deshilachan ante nuestros ojos. El ejercicio actoral para mantener este constante uso bilingüe se corresponde con unas actuaciones muy sentidas, profundas, vividas, como si también se buscase la convivencia escénica del leguaje más abierto, coral, casi epidérmico en sus movimientos y cantos y la interiorización más convencional. El resultado es muy sugerente, atrevido, con la marca de la dirección de Broucaret.