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Joxean Agirre Agirre

El simulador de vuelo

Observa Agirre que en parte de los movimientos, tomas de posiciones y declaraciones que en los últimos meses se vienen sucediendo ininterrumpidamente en Euskal Herria existe «una mezcla de sensacionalismo mediático y de sobreactuación política». Se refiere a los agentes políticos y sociales que se prodigan en apariciones públicas y pronunciamientos con el único objetivo de disimular su falta de compromiso con el nuevo tiempo político, «aferrados al software de la simulación aérea». Y enumera algunos de los agentes que no están dispuestos o son reacios a subir al avión que va a despegar.

La política vasca lleva meses sacudida por un vendaval de acontecimientos, declaraciones, movimientos y reubicaciones. Es prácticamente imposible acercarse al quiosco y plegar el periódico recién comprado con un gesto mecánico: casi a diario hay un titular llamativo que nos incita a hojearlo antes de entrar a trabajar. Sin embargo, existe una mezcla de sensacionalismo mediático y de sobreactuación política en buena parte de ese sube y baja constante. No son pocos los agentes sociales y políticos que encadenan pronunciamientos y apariciones con el único propósito de difuminar su casi completa inacción. De hecho, el miedo a ser pillado con el paso cambiado provoca que la práctica totalidad del espectro sociopolítico e institucional de Euskal Herria tenga la vista puesta en sus homólogos, renunciando expresamente al compromiso claro sin antes tener garantías de no ver mermado su estatus.

El proceso político global desencadenado por la apuesta unilateral de la izquierda abertzale ha puesto el contador a cero, pero los intereses creados y la espesa capa de grasa que recubre el «cocidito madrileño» resultante de una década de ilegalización y falsificación de la realidad social y electoral impiden que los acontecimientos políticos se materialicen en un recorrido concreto. Los motores rugen en punto muerto, preparados para generar energía cinética a raudales, la torre de control es un hervidero de voces y órdenes de todo signo y miles de personas se agolpan en las terminales. Muchos quieren volar, y otra gran parte se conforma con mirar. Sólo falta arrancar y compartir el espacio aéreo en términos realmente democráticos.

Pero las semanas transcurren sin que el ruido ensordecedor deje paso al movimiento colectivo. Frente a la coherencia represiva de los estados y la consiguiente determinación de seguir dejando en tierra las legítimas aspiraciones de nuestro pueblo, demasiados agentes siguen aferrados al software de la simulación aérea. Un simulador de vuelo es un sistema que intenta replicar, o simular, la experiencia de volar una aeronave de la forma más precisa y realista posible. En el plano virtual es una herramienta de aprendizaje útil, pero es imposible despegar con el Microsoft Flight Simulator. Tampoco es posible avanzar hacia otro escenario si cada parte realmente interesada en el cambio político y social no levanta el vuelo y recoge el tren de aterrizaje.

Formulado lo evidente, es obligado repasar el conjunto de condiciones -o falta de ellas- que provocan esta especie de estancamiento en la fase inicial del proceso democrático. En primer lugar, hay que atender al potencial clarificador de estos preliminares: queda a la vista quién no está dispuesto a abandonar el terreno de la especulación y de la confrontación antidemocrática. En las últimas semanas, al ya preclaro posicionamiento del tándem PSOE-PP, se ha sumado de forma vergonzante el PNV, cuyas líneas de actuación y estrategia vienen marcadas por el blog de Urkullu, y no por el «Bildu Gaitezen». El PNV ya ha definido su hoja de ruta tras los acuerdos con Zapatero, quien se muestra «agradecido» públicamente con el Euskadi Buru Batzar, tanto por aprobarle los presupuestos en Madrid como por avalar su «política de firmeza» en Euskal Herria.

También muestra sus impudicias políticas Aralar, partido obsesionado por relegar el proceso en curso a una pugna por rentabilizar electoralmente el grado de implantación que estiman haber conseguido en el universo independentista. No sueltan el joystick del simulador, pero se muestran cada vez más reacios a subirse al avión que realmente va a despegar.

Su negativa a desarrollar el Acuerdo de Gernika que ellos mismos suscribieron, los juegos malabares que están protagonizando en Nafarroa para torpedear la constitución de un sujeto político e institucional que esté en condiciones de voltear el status quo de la partición territorial son claras muestras del terror al cambio que embarga al sector representado por Ezenarro y Jiménez. Ni con biodramina se ven capaces de superar el mareo y el Jet lag.

De algún modo, la ganancia devenida del escenario perturbado y falsificado por el Estado español ha creado su propia clientela, esto es innegable. Por otra parte, pervive una tendencia conservacionista según la cual la suma de fuerzas, de iniciativas, la concatenación de pasos políticos debe adecuarse al ritmo de los sectores más reticentes con el propio proceso, sin aclarar todavía si llegarán a sentirse algún día partícipes del mismo o sólo aspiran a ralentizarlo. Llama poderosamente la atención que, desde percepciones diferentes de una misma realidad, esta actitud tenga reflejo en prácticamente todas las expresiones políticas, sindicales y sociales que confluyen en los grandes acuerdos básicos para el cambio en Euskal Herria.

Pese a todas las dudas y declarados desmarques de parte, la única alternativa real al proceso democrático es la abanderada por el Estado. Tal constatación debe hacernos concluir que la gestión eficaz del tiempo político es tan importante como la definición del recorrido y de las fases del proceso. Las condiciones creadas en medio siglo de lucha son tan perecederas como las de cualquier otro estadio temporal o político (el tiempo de Txiberta, o el de Argel, o el del Estatuto, o el del Pacto de Ajuria-Enea...), y estamos obligados a materializarlas cuando su maduración lo permite y exige. Es el momento.

Ahora bien, desgranar la espiga es condición imprescindible para hacer pan, de modo que las dificultades no pueden entenderse como síntomas de inviabilidad. El proceso en curso va a estar atravesado de dudas, vértigos, actores sin recorrido, adhesiones, deserciones, pasos hacia adelante y pasos hacia atrás. La valoración política del mismo no puede estar a expensas de la tabla de medición de antaño, en la que las garantías y su calendario de cumplimiento se acordaban en una habitación cerrada, se guardaban en un sobre encolado y dependían de la voluntad e interpretación de unos pocos. La concepción fáctica de las garantías ha sido sustituida por la capacidad de lograr e implementar acuerdos, de acumular fuerzas por el cambio político y social, y -sobre todo- de activar a la sociedad vasca en la conquista y defensa del mismo.

Se confunde quien advierte prisas en el seno de la izquierda abertzale. No se trata de correr sin parar en torno a una mera esperanza para aparentar movimiento; tampoco le urge la legalización como demostración de éxito inmediato. Fue Nelson Mandela el que dijo: «Después de escalar una gran colina, uno se encuentra sólo con que hay muchas más colinas que escalar», y, en el mismo sentido, la izquierda abertzale es consciente de la responsabilidad histórica que ha adquirido. Tras muchos años de lucha y resistencia, sabe cuándo hay que apretar el acelerador y sacar al enemigo de pista. Su único apremio es el de estar a la altura de las oportunidades que ha sido capaz de generar. Por ello, simular que cualquier hora es buena para el despegue es ignorar el resto de las colinas que tenemos por escalar.

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