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Editorial 2010/11/18

Cólera: el bumerán de la indolencia

El brote de cólera que surgió a mediados de octubre en Haití y que hasta la fecha ha cobrado la vida de mil 100 personas, se ha extendido fuera de las fronteras de esa nación y ha llegado a la vecina República Dominicana, donde ayer se reportó un contagio en la ciudad de Higüey, al este de ese país. En tanto, el Departamento de Salud de Florida confirmó el primer caso de cólera en Estados Unidos (...).

No parece probable que la eclosión de ese padecimiento fuera de las fronteras haitianas alcance en Estados Unidos o en República Dominicana los niveles de contagio y de mortalidad que se han registrado en Haití, donde convergen precariedades inveteradas y estructurales en materia de salud pública, alimentación y justicia social, y acentuadas por la devastación que causaron el sismo de enero pasado y el reciente paso del huracán Tomás.

En cambio, es mucho más claro el riesgo de que se presenten más casos en territorio dominicano y estadunidense e, incluso, de que se extiendan a otros países en días y semanas siguientes. La circunstancia obliga a recordar que las epidemias no respetan frontera geográfica alguna (...).

Según puede verse, el único límite respetado por las enfermedades es el que imponen las condiciones socioeconómicas entre los sectores más depauperados de la población mundial y los estratos medios y altos: los padecimientos tienden a ensañarse con quienes no tienen a su alcance atención médica y servicios de salud, y su efecto puede ser fatal incluso si se trata de un padecimiento como el cólera, cuyo control y prevención son relativamente sencillos cuando se actúa oportunamente.

En este caso, la propagación del padecimiento en otros países es una consecuencia lógica y previsible de la indolencia con que se ha conducido la comunidad internacional ante la trágica situación de Haití: los gobiernos del mundo escamotearon, durante los pasados 10 meses, los recursos económicos prometidos para la reconstrucción de ese país, y auspiciaron con ello el surgimiento de una epidemia previsible y anunciada en los días posteriores al terremoto del 12 de enero.

La moraleja de este episodio es que la comunidad internacional no debe dejar sin atender las emergencias médicas, independientemente de dónde surjan, pues se corre el riesgo de que éstas se propaguen con facilidad por el mundo. Si el desastre sanitario, social y humano por el que atraviesa Haití no ha sido suficiente para que la porción más acaudalada de la comunidad internacional cumpla sus compromisos con esa nación caribeña -lo cual, por lo demás, habla de un deterioro moral protagonizado, en primer lugar, por Estados Unidos y la Unión Europea-, no hay excusa para que ahora, ante la perspectiva de la propagación internacional de la enfermedad, no actúe como debió hacerlo desde un principio. (...)

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