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«Los obispos renuncian a la vida intelectual. Son eunucos del pensamiento»

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Víctor MORENO
FILÓLOGO Y ESCRITOR

Este intelectual navarro ha sido paciente, ha recolectado durante 15 años las proclamas públicas de la primera plana de la Iglesia. De esta forma, ha conseguido material suficiente para elaborar un nuevo libro, «Los obispos son peligrosos, así en la tierra como en el cielo», que publica Pamiela.

 

Aritz INTXUSTA | IRUÑEA

Se puede hablar más alto, pero no más claro. Muchas veces, la Iglesia ha caído en un victimismo lacrimoso diciendo sentirse atacada por decisiones tomadas por la sociedad civil. Esta vez sí la atacan; Moreno lanza una estocada al corazón de la Conferencia Episcopal. Si le responden, apunta a choque de trenes.

«Visto un obispo, vistos todos», dice en su libro.

En efecto. La mayor clonicidad ideológica existente es la que se da en el colectivo de los obispos. ¿Alguien ha visto alguna vez discutir a un obispo con otro obispo? Tendrán sus diferencias, pero las casullas sucias las limpian en la sacristía. Jamás hemos asistido en la prensa a un debate público entre obispos. Lo que sería, ciertamente, todo un espectáculo. La ideología de los obispos se llama teología. Y ésta es puro inmovilismo, por muchos adjetivos que quieran añadirle. Los obispos alimentan sus cerebros con principios inamovibles, axiomas, encíclicas y dogmas. Un obispo no tiene vida intelectual propia. Ignoro cuál es la concavidad cerebral de los obispos. Supongo que en el colectivo habrá encefalogramas de todo tipo, pero lo que se puede decir es que dicha concavidad se llena con la misma mermelada transcendental: la Biblia, las encíclicas papales y la ley natural. Han renunciado a tener un vida intelectual propia, que será todo lo virtuoso que se quiera, pero es una manera de convertirse en eunucos del pensamiento.

Dicen que los curas más peligrosos son los curas buenos, porque dan una imagen falsa sobre qué es la Iglesia.

Ignoro en qué consiste un cura bueno. La imagen de la Iglesia no viene determinada por los curas que hay en ella. Haya curas progres o carcas, teólogos de la liberación o de la liberación de la teología. Es lo mismo. La Iglesia es una máquina de triturar diferencias que vayan en detrimento de su autoridad, que es intocable. Los curas buenos y los curas malos participan de la misma sustancia teológica que, desde mi punto de vista, los hace semejantes: defienden la heteronomía ética. Para ambos colectivos, la persona sin fe está incompleta. Además, los curas buenos presentan una característica que los hace particularmente atractivos por la contradicción en que sucumben. Por ejemplo, en política distinguen perfectamente los límites respecto a los «otros», sea la Guardia Civil, la Policía, el PP, PSOE, PNV... o cualquiera que no sea de su agrado. Se trata de una radicalidad que no se aplican a sí mismos en el asunto que más les incumbe: que pertenecen a la organización más retrógrada, de la que cobran el sueldo del mismo saco que Ratzinger o Rouco Varela. ¿Es peor ser del PSOE o del PP que pertenecer a una Iglesia que es, intrínsecamente, enemiga de casi todos los valores que adornan la condición humana tomada ésta en pelo cañón?

¿Podría regalarnos alguna perla dicha por un obispo que recoja en su libro? Alguna que le haya herido especialmente.

La alfalfa espiritual que he recogido durante estos años es de tal calibre que parece mentira que alguien que haya estudiado para obispo diga luego las melonadas que sostienen. Imagino que cuando esto ocurre, el Espíritu Santo está en algún viaje del Imserso. Sólo traeré a colación dos que me han proporcionado momentos de risa, por lo que habrá agradecer a sus eminencias el acto de caridad que me han hecho. Una de ellas, dicha por un cardenal, afirma que «en el ADN podemos encontrar la Santísima Trinidad». La verdad es que ya lo sospechábamos y que Descartes era un embustero cuando hablaba de que la cosa esa del alma se ubicaba en la glándula pineal. Y la segunda, que es de otro cardenal, asegura que «el proyecto de ley de reproducción asistida hace posible el bioadulterio y el incesto genético». Toda una afirmación que para un escritor con imaginación podría convertir en una obra de ciencia ficción maravillosa.

¿Y a cuántas almas tienen también sometidas?

Si se lo digo, no me creería. Por ejemplo, ¿cómo sabe usted, que la suya no lo está? ¿Y cómo? Mírese dentro de sí mismo y comprobará de qué manera y forma ha tenido a lo largo de su vida que desprenderse de tanta mentira acerca del más allá y del más acá, de la conciencia atormentada por el miedo por el qué será de nosotros. Y eso sin hablar de la masturbación, de la felación y de la pederastia

Decía Borges que no creía en el infierno, porque la condena eterna suponía un castigo demasiado desproporcionado para unas vidas tan cortitas. ¿Es sensato meter tanto miedo?

El miedo es el motor de la historia. Actuamos con miedo porque nos lo meten en el bazo desde niños. La Iglesia, como institución, ha sido su gran maestra y administradora. El terror que ha sembrado en el mundo es motivo más que suficiente para no creer en Dios. Porque la mayoría de las masacres y terrores que la Iglesia ha puesto en marcha lo ha hecho en nombre de ese Dios. Un Dios que no ha tenido la delicadeza todavía de responsabilizarse de ello y proclamar: «Esto es por mi culpa».

Póngase gafas de obispo. ¿Cómo ve a los ateos?

Los ateos no son personas. Y, si lo dice el obispo Martínez Camino, tampoco son personas humanas. Y los gays son, además de unos pobres desgraciados, unos enfermos, pero, también, unos viciosos.

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«La alfalfa espiritual que he recogido es de tal calibre que parece mentira que alguien que ha estudiado diga luego las melonadas que sostienen»

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«Actuamos con miedo porque nos lo meten en el bazo desde niños. El terror que ha sembrado la Iglesia en este mundo es motivo más que suficiente para no creer en Dios»

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«Para un obispo, los ateos no son personas y, si lo dice Martínez Camino, no son personas humanas»

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