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Xabier Silveira Bertsolari

Fado a las sardinas de lata

Quiero elegir y elijo querer. Y poder soñar despierto porque sueño que nunca más despierto. Abrir los ojos y mirar intentando no ver nada y gritar hasta que llegue el silencio a mi garganta

Lloro solo y sólo lloro. Una vez más. Asumo mi destino y me acurruco en mi interior intentando huir de la tempestad que yo mismo conformo.

Se prevén cambios en el mapa del tiempo y, que manía, al buen tiempo mala cara. No por nuevo a de ser bueno lo que el devenir depare, pero no hay más mal que el que por bien no venga.

Nada se va para siempre, porque siempre nunca llega y hasta el último segundo siempre es posible que vuelva. Pero el rumbo de la vida es rumbo y es vela, sopla el viento y la nave vuela. Y por más que nos duela, icemos la calavera, que allá va la carabela. También ayer fue hoy tras dejar de ser mañana, ni el propio tiempo es inmune a las agujas del reloj.

Todo fluye y todo muta, todo varía y todo cambia. Todo menos las sardinas en lata.

Quiero elegir y elijo querer. Y poder soñar despierto con un sueño en el que sueño que despierto porque sueño que nunca más despierto. Abrir los ojos y mirar intentando no ver nada y gritar hasta que llegue el silencio a mi garganta. Abandono las trincheras que mis miedos construyeron, me rindo ante mí mismo. Solo habré comenzado el camino si lo termino. Los sueños deben ser -de tenerlos- nuestros dueños, sólo ellos deben ser inmutables y eternos.

En el riesgo está el placer de andar en la cuerda floja, sentir mis alas al volar y al mirarlas que no estén, sentir el agua al cuello y continuar teniendo sed. Ver la vida del revés y darle la vuelta otra vez, no se vive si se vive sin querer ser quien se es. Todo nace, vive y muere, querer o no querer. Todo, hasta las sardinas en lata.

Parece pereza y es perecer. Y eso mata, más que el fumar. Y duele, más que el llorar. Ver la vida pasear y no asomarme a la ventana, ver salir el sol de un bar y no dignarme a saludar. Esperar a que un día pase y otro más y otro más, querer dejar de no hacer nada y no saber cómo empezar.

Hice del pasado una ilusión, del futuro un recuerdo y del presente algo inexistente. Quise ser estar y fui padecer, quise parecer y fui superstar en el llanto reprimido de mi tercer funeral. Ahora ni recuerdo hace ya cuánto tiempo que no sé si voy o vengo, ahora no conozco mi rostro en el espejo. Tan áspera la espera, tan lejana la sonrisa, tan triste la tristeza. Y las sardinas, en lata.

Nos inculcan los valores de la culpa y la condena, envenenan nuestras mentes con el miedo a probar, a sentir, a soñar. Nos enseñan a mentir a la hora de la verdad, a esconder los sentimientos y a fingir felicidad. Nos obligan a pensar a todos por igual, a tener que desear y añorar ser normal. Nos imponen de la vida pautas a seguir directos a un agujero del que no hay cómo salir. Y en la cárcel del miedo que habita en nosotros, moriremos esperando a lo que nunca llegará, a no ser que comencemos a buscar lo que de verdad queremos encontrar en el fondo de nuestro corazón. Y sardinas en lata no son.

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