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Mark Twain: Cien años surcando el Mississippi en compañía de Tom Sawyer y Huckleberry Finn

Cien años después de su muerte, el escritor estadounidense Mark Twain (Florida, Missouri, 30 de noviembre de 1835- Redding, Connecticut, 21 de abril de 1910) recupera protagonismo con la edición del primer volumen de su apasionante autobiografía. El día de su 175 cumpleaños seguimos la estela de aquella balsa tripulada por Tom Sawyer y Huckleberry Finn.

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Koldo LANDALUZE

Bajo su frondoso bigote blanco se intuye una sonrisa que contrasta con un ceño eternamente fruncido. Su encabritado cabello cano otorga a su fiero semblante un detalle de rebeldía constante. En nuestro imaginario, a Mark Twain lo recordamos con los pies descalzos y zambullidos en las aguas del «Old Man River»; el viejo Mississippi surcado por imponentes barcos fluviales y en cuyas orillas siempre aguarda el diablo paciente para comprar las almas de quienes suspiran por convertirse en los mejores músicos de blues. A golpe de banjo se inicia la balada que el viejo Twain dedicó a aquellos niños que, a bordo de una balsa de madera, recorrieron la zigzagueante ruta de un libro que alimentó el espíritu de nuestra infancia. Siempre respetaremos a Tom Sawyer pero admiramos -y envidiamos- mucho más la pícara rebeldía de Huckleberry Fynn.

Antes de llamarse Mark Twain hubo un tal Samuel Langhorne Clemens (comenzó a utilizar su seudónimo para firmar sus primeros trabajos de periodista en 1862; adoptó para ello una expresión típica de los cantos de trabajo de los negros en los riverboats del río Mississippi, que significa «marca dos brazas», el calado mínimo necesario para la buena navegación). Samuel-Mark también fue niño y que a la edad de cuatro años abandonó el olvidado poblado de Missouri donde nació para partir junto a su familia a Hannibal (Missouri), un puerto fluvial ubicado a orillas del Mississippi. Mientras asistía a la escuela, Samuel-Mark se dejaba llevar por los cantos lacónicos que nacían de entre la espesura de las plantaciones y que eran interrumpidos por los chasquidos del látigo. Años más tarde, nuestro protagonista rememoraría en su futura obra estos paisajes esclavistas y, en 1847, recién fallecido su padre, comenzaría su relación con las letras ejerciendo de aprendiz en dos imprentas. Con el paso del tiempo, el escritor también dedicó a su padre esta conocida frase: «Cuando yo tenía catorce años, mi padre era tan ignorante que no podía soportarle. Pero cuando cumplí los veintiuno, me parecía increíble lo mucho que mi padre había aprendido en siete años».

Del barco de vapor a las minas de oro

En 1851 comenzó a publicar sus primeras notas en el periódico de su hermano, el «Hannibal Journal», e inició una nueva ruta por senderos de papel impreso que le guiarían a otras imprentas ubicadas en Keokuk, Iowa, Nueva York y Filadelfia. Cansado de pisar tierra firme y picado por el veneno del Mississippi, se enroló como piloto en un barco de vapor. Ante sus ojos se escenificaron capítulos habitados por tahúres sin suerte, trotamundos de mano ligera y mujeres que alquilaban sus besos. En 1861, la sirena de su barco fluvial enmudeció por el tronar de los cañones y los cantos del «Dixie´s Land» que acompañaba los desfiles de los voluntarios del Sur y se alistó en una compañía irregular de voluntarios de caballería del Ejército Confederado. Acallada la guerra y zurcidas las heridas, Twain y su hermano dieron inicio a una aventura con ribetes de surrealismo.

En algún momento, entre 1856 y 1865, y seducidos por la Fiebre del Oro, ambos planificarían un viaje de ida y vuelta de tres meses de duración cuyas escalas serían Saint Louis, Missouri y Virginia City. Finalmente, Twain recorrería en solitario cerca de 3.000 kilómetros durante siete años. Lo curioso de este episodio es que esa distancia podía ser recorrida en diligencia en tan sólo 22 días. Para comprender esta increíble prolongación del viaje, no hay nada mejor que descubrir lo desastroso que era Twain leyendo sus episodios vividos durante esta odisea y que recopilaría en su hilarante «Pasando fatigas». Como breve botón de muestra cabe reseñar que nuestro desastroso buscador de oro montaba lo justo a lomos de un caballo y debía hacer auténticos equilibrios para no caerse. Cuando lograba hacer fuego, incendiaba bosques enteros y no cogía un pico por miedo a romperse un pie. Aplacada la fiebre del oro, ingresó como periodista en el «Territorial Enterprise» de Virginia City (Nevada) y, en 1863, comenzó a firmar sus artículos con el seudónimo Mark Twain.

El éxito y la desgracia

En 1864, se trasladó a San Francisco, donde conoció a los escritores Artemus Ward y Bret Harte. Un año después, plasmó sobre el papel las historias que escuchó en las minas de oro californianas -«La célebre rana saltarina del condado de las Calaveras»- y logró una enorme fama en todo el país. En 1870, contrajo matrimonio con Olivia Langdon -hija de un capitalista progresista que participó en la red de liberación de esclavos llamada «Ferrocarril subterráneo»- y dos años más tarde publicó «Una vida dura», donde rememoraba sus experiencias como periodista y esbozaba tímidamente su episodio como nefasto buscador de oro.

En 1876, recreó sus experiencias infantiles en «Las aventuras de Tom Sawyer» y, en «Príncipe y mendigo» (1882), se mostró muy juguetón a la hora de narrar un accidentado intercambio de identidades en la Inglaterra de los Tudor. En la novela «Un yanqui en la corte del Rey Arturo» (1889) se mostraba más afilado que de costumbre y tras su apariencia de novela fantástica, plasmó una sátira sobre la opresión en la Inglaterra feudal y del mundo contemporáneo. Espoleado por el éxito y el recuerdo de Tom Sawyer escribió «Las aventuras de Huckelberry Finn» (1884). Lejos de ser una mera secuela, esta novela no sólo fue su gran obra maestra sino que, además, a partir de entonces fue considerada como la primera novela moderna norteamericana. Sus últimos capítulos vitales alteraron por completo su personalidad. Cayó en la ruina cuando invirtió en un nuevo tipo de linotipia, pero logró recuperar parte de su patrimonio dando conferencias por todo el mundo. Su hija mayor murió de meningitis, su esposa quedó inválida y otro de sus hijos falleció por un descuido suyo. Marcado por estos episodios dramáticos, el autor se sumió en el más profundo de los pesimismos. Incluso él mismo se percataría de que lo que escribía resultaba demasiado mordaz y difícilmente comprensible para la mentalidad de aquella época. De esta forma, ordenó que esos escritos fueran editados tras su muerte, ocurrida el 21 de abril de 1910.

Ahora, cien años después, la edición de la primera parte de su autobiografía por el sello de la Universidad de Berkeley, encargada de custodiar sus documentos, ha desbordado todas las previsiones.

Un ferviente militante antiimperialista llamado Mark Twain

En su último capítulo vital, el ya consagrado Mark Twain se consideró «un abierto portavoz antiimperialista y anticapitalista». Según datan las crónicas históricas, los primeros esbozos de este pensamiento nacieron en Estados Unidos y fue el propio autor de “Las aventuras de Huckleberry Finn” uno de sus primeros y más fervientes impulsores. En el año 1898, el escritor fundó la Liga Antiimperialista de los Estados Unidos. Afincada en Boston, esta sede fue creada inicialmente para combatir la acción militar norteamericana en la Guerra de Cuba y, en alusión a este conflicto, el autor legaría para la posteridad estas impresiones: «El cubano José Martí puede considerarse como el primer formulador de un pensamiento antiimperialista en América Latina, en gran medida porque la lucha por la independencia de Cuba del colonialismo español coincidió con el ascenso de las nuevas formas de dominación que comenzaba a desarrollar Estados Unidos, relacionando desde su mismo origen antiimperialismo con el sentimiento antinorteamericano. Subrayando la idea de ‘Nuestra América’ para oponerla a la América Anglosajona Martí sostuvo que: Los pueblos de América son más libres y prósperos a medida que más se apartan de los Estados Unidos...».K.L.

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