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Txema Berro Uriz I Colectivo Malatextos

Depende de todos nosotros

Tiene pelendengues lo del paro. Mi padre se levanta a las cinco de la mañana para ir a currar a la fábrica, mientras que yo me quedo en la cama cansado de no encontrar trabajo y convencido de que aunque lo intentase tampoco hoy me saldría nada. En esta situación la cama es un refugio en el que desaparecer para que no te vean parado y parásito, también para adormecer mi frustración.

Yo busco trabajo: pregunto a los colegas que curran, me doy vueltas por las ETT y echo currículos en donde dicen que van a coger gente, pero todo es inútil, no debo tener suerte. Cuando puedo me apunto a algún curso, me cogen en casi todos y parece que mi situación se alivie. He hecho unos cuantos, ya se yo que no sirve de nada, pero estar haciendo un curso es otra cosa, parece que estés haciendo algo, tienes que contestar cuando alguien te pregunta y en casa la incomodidad se alivia.

El «jodido» de mi hermanico es otra cosa: se ríe de mis cursos -«a este paso, dentro de cien años vas a tener un futuro prometedor»-, se ríe de mi padre -«no estará el viejo pensando en jubilarse, tal y como está la vida»- y sabe engatusar a mi madre de la que saca para ir tirando. Desaparece de casa en cuanto puede y, además, el muy «jodido» liga. Es un sobrao.

Por la noche mi padre me pregunta qué he hecho y se desespera de los resultados. Me dice que no valgo para nada, yo a él, que con las horas extras me está quitando mi trabajo, y él, que con las horas extras me está dando de comer y que gracias a eso puedo vivir.

¡Vivir! Sobrevivir no es vivir, vivir debiera ser otra cosa: un algo que hacer, un camino que se abra, tener planes realizables... tener opciones y algún grado de libertad para ejercerlas. Eso depende de ti, me dicen, y es verdad, pero una verdad que no nos sirve a cada uno de los cinco millones de parados, que no nos sirve a ninguno. Hay una situación que nos sobrepasa a cada uno, que nos viene dada, que se nos impone: no hay trabajo. No hay trabajo para mí y, de paso, no hay casa ni autonomía ni futuro ni posibilidades. No hay vida.

En la sociedad de la permanente oferta, de la propaganda comercial, de la promesas de los políticos, de las luces de colores, de los escaparates luminosos, de las grandes superficies, de los pisos que crecen como setas... en la sociedad de la abundancia la situación está negra y no deja de oscurecerse. Nos la oscurecen otros y hacen que nos la oscurezcamos nosotros: mi padre con las horas extras, yo resignándome al paro, mi hermano pasando de todo.

¿Irá la solución por caminos distintos a los que andamos? ¿Se podría vivir repartiendo lo que hay, los trabajos y los recursos? ¿Viviríamos mejor o peor? Tendré que hablarlo con mi padre y con mi hermano, con los colegas y con todo el mundo. Me da que eso sí depende de nosotros, depende de mí.

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