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Lluisa Cunillé: Mapa de sombras

Josu MONTERO I Escritor y crítico

La obra se titula «Rodeo». Aunque nos cuesta darnos cuenta de lo que sucede y sólo percibimos un extraño desajuste, el escenario ha ido girando sobre sí mismo en cada una de las tres escenas: lo que vemos en la primera frontalmente, en la segunda aparece lateralmente y en la tercera lo contemplamos desde atrás. El diálogo de los personajes es elusivo, lleno de pliegues, falto de referencias. Descubrimos que nos hallamos en una empresa de pompas fúnebres; y que cuando la obra acaba en el lugar que ocupamos los espectadores es donde tocaría que estuviese ubicada la nevera de los fiambres.

«Rodeo» es la primera obra de Lluisa Cunillé (Badalona, 1961). Estrenada en 1992, recibió el Premio Calderón de la Barca, y es una inmejorable declaración de principios de esta dramaturga. En su particularísimo mundo nada es lo que parece a primera vista, no hay certezas morales y por tanto tampoco personajes de una pieza. El suyo es un juego de continuos claroscuros, de una gran sabiduría dramática -y humana- y también de una gran y necesaria perversidad porque nos está dejando a nosotros, los espectadores, quienes saquemos conclusiones. Y, claro, la cagamos de todas, todas. Las cosas son siempre mucho más complejas y contradictorias de lo que en nuestra estrechez y/o ingenuidad creemos. En las obras de Cunillé los espectadores/lectores estamos sobre la cuerda floja; y esa desazón no nos gusta, no llevamos nada bien esa suspensión de las certidumbres. Pero como operación vital todo ello es necesario.

Alguien ha escrito que sus obras producen la sensación «de vida bajo el agua, con sentimientos como icebergs que no se atreven a atravesar la superficie del lenguaje»; las palabras, lejos de erigirse en herramientas de comunicación, no son sino signos de la fragilidad humana, marcas de nuestro territorio emocional. Sus obras suelen ocurrir en zonas de paso; espacios propicios para los breves encuentros de unos personajes casi siempre solitarios. Fugaces y azarosas colisiones que acaban siendo capitales.

La genealogía de esta dramaturga catalana es clara: Beckett, Pinter, Mamett... Se formó en los Talleres de Escritura Dramática que en los primeros tiempos de la hoy señera Sala Beckett impartía su fundador, José Sanchís Sinisterra. Aquello se convirtió luego en el Obrador, el espacio creativo por el que han pasado casi todos los dramaturgos catalanes. A pesar de las más de 40 obras escritas y estrenadas, desde «Rodeo» hasta «El Temps» -que acaba de obtener el prestigioso Premi Born-, Cunillé sigue siendo una dramaturga de culto; no ha hecho concesión alguna a la moda ni a la comercialidad -ni a la alternativa-, como sí parecen haberla hecho otros autores de su generación: Juan Mayorga o Sergi Belbel. Seguramente su obra más conocida sea la oscurísima «Barcelona. Mapa de sombras», con una notable versión cinematográfica.

Viene todo esto a cuento porque hace unas semanas, por fin, le fue concedido a Cunillé el Premio Nacional de Literatura Dramática. A pesar de todo, y en lo que a un servidor le alcanza, su obra sigue ausente de nuestros escenarios.

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