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Crónica | El ejército, en las favelas

«Ya he visto otras veces a la Policía venir e irse, permitiendo el regreso de los narcos»

Tal y como hiciera en las favelas Morro dos Macacos y Vila Cruceiro, la Policía ha impuesto su ley en el Conplexo do Alemao. Su presencia es asfixiante pero los vecinos de esta inmensa barriada no se fían y temen que, como ha pasado otras veces, llegue el día en que los uniformados se vayan y vuelvan los narcotraficantes. Y con ellos, las represalias.

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Héctor VELASCO Río de Janeiro

Vehículos estacionados delante de las «casas», helicópteros que sobrevuelan el barrio, puestos de control militar: los habitantes de las favelas del Complexo do Alemao, en Río de Janeiro, viven bajo una vigilancia asfixiante de la Policía y el Ejército, que aseguran que les han liberado del yugo de los narcotraficantes.

Alexandre, un pastor evangelista de 41 años, reabre las puertas de su templo después de seis días de cierre motivado por el asalto gubernamental a este complejo de quince favelas conquistadas el pasado domingo por 2.600 paracaidistas y comandos de choque de la Policía, apoyados por blindados y por helicópteros.

Pero el primero que entra en el lugar de rezo es un policía vestido de negro y armado con un fusil de asalto, que vigila que ningún sospechoso se haya ocultado bajo los bancos.

Alexandre le mira y dice a AFP, resignado: «Es el precio a pagar por la violencia y sí, es elevado».

Los policías estan por todas partes. Sus vehículos, sirenas ensordecedoras, están estacionados delante de muchas puertas. Interrogan, requisan y entran en ellas cuando quieren, sin resistencia aparente de la población, que vivía bajo el imperio de los traficantes de drogas ilegales.

Los agentes caminan en pequeños grupos, algunos ocultos con pasamontañas o provistos de grandes palancas para forzar la entrada en chabolas vacías o cuyos pobladores se niegan a dejarles pasar. Sobre ellos, helicópteros artillados sobrevuelan la zona sin descanso.

«La gente no se fía»

Para salir del Complexo do Alemao, sus decenas de miles de habitantes deben presentar sus tarjetas de identidad y pasar un control militar. «La comunidad acepta esta invasión por la situación», señala un agente, que reconoce a continuación que «no se fían de nadie».

Un comerciante, que insiste en mantener el anonimato por motivos de seguridad, duda de que el contingente policial y militar siga en la barriada indefinidamente, como ha prometido el Gobierno.

«Antes, los bandidos estaban arriba y la Policía abajo. Pero ya he visto muchas veces a la Policía ir y venir, y a los bandidos volver. Espero que la situación mejore, pero tengo miedo de que la Policía se vaya y que todo vuelva a ser como antes. Y tengo miedo de las represalias de los narcotraficantes», confiesa.

Luce da Silva, una mujer de unos sesenta años de edad, espera que los policías sigan manteniendo una presencia en las favelas. «Gracias a Dios que están aquí; antes era terrible», señala.

Durante mucho tiempo, los narcos han dictado su ley en estos barrios. Sólo en la operación del pasado domingo, la Policía asegura haber incautado 40 toneladas de marihuana, el mauyor alijo aprehendido en la historia de Brasil. Las Fuerzas Armadas aseguran asimismo haber encontrado armas largas, granadas y chalecos antibalas. «Sin la información y la colaboración de los vecinos, resultaría imposible saber dónde esconden todo ésto», señala un oficial de Policía al exhibir lo requisado durante la jornada sobre el capó de su vehículo.

La Policía asegura que cientos de narcos se habrían atrincherado en el interior del Complexo do Alemao y anuncia haber detenido a 40 sospechosos. Otros cientos habrían huido en plena ofensiva militar-policial. Pero nadie sabe si se han parapetado en la barriada o si han huido a lugares a buen recaudo de la mirada policial.

Muchos de ellos se refugiaron en Do Alemao huyendo de una operación similar en la favela Vila Cruzeiro dos días antes.

Precisamente, esta misma semana la Policía inauguraba un puesto policial en la favela Morro dos Macacos, en la zona norte, escenario de un operativo militar similar a mediados del pasado mes de octubre.

Al acto simbólico acudieron el alcalde de Río de Janeiro, Eduardo Paes, y el gobernador, Sergio Cabra. «Hemos venido para quedarnos», dice la Policía. El tiempo lo dirá.

 

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