GARA > Idatzia > Euskal Herria

Crónica | Juicio en París

Escenas de comedia en la sala de vistas y de tragedia en la prisión

En el tribunal especial de París se está juzgando a diez militantes vascos. El proceso ha dejado atrás secuencias para el recuerdo, desde estremecedores testimonios sobre el trato que reciben los prisisoneros vascos en las cárceles francesas hasta llamamientos al orden sólo por tener las manos en los bolsillos. Éstas son algunas de ellas.

Arantxa MANTEROLA

El presidente del tribunal, Philippe Vandingenen interroga a Mikel Albisu sobre su infancia, familia, personalidad y vivencias. El donostiarra aborda el relato detallado de su trayectoria desde su infancia hasta que fuera detenido en octubre de 2004. El presidente le pregunta por 1987, año en que, según manifiesta Albisu, se vio obligado a esconderse en la clandestinidad para militar en ETA, donde ejecutó las «tareas que se le encomendaron». No responde.

El fiscal entra en escena. Tampoco responde a sus preguntas, y la tensión crece cuando el representante del Ministerio Público le espeta que él y Marixol Iparragirre gozan de un trato privilegiado por parte de la institución penitenciaria. El fiscal considera un privilegio que la pareja pueda tener visitas conjuntas con el hijo de ambos.

En ese rifirrafe, el presidente retoma la palabra y, como si quisiera dejar claro quién es el jefe en la sala, ordena a Albisu sacar las manos de los bolsillos del pantalón «porque está usted en una Corte». «No», contesta el militante. «¿Cómo dice?», le responde estupefacto Vandingenen, que insiste en que sos no son modales en un tribunal. Albisu sigue negándose y replica que no es más que una postura que le ayuda a mantenerse concentrado.

Durante unos segundos, el pesado y protocolario procedimiento se ve alterado. Nadie sabe cómo concluirá ese particu- lar duelo entre juez y procesado, que se miran fijamente a la cara. El magistrado renuncia a ahondar en el incidente y continúa con el procedimiento. Albisu mantiene las manos en los bolsillos, pero no hay sensación de victoria. Es obvio que será Vandingenen quien tenga la última palabra y su reputación de juez severo es archiconocida en otros juicios contra militantes vascos.

Derecho a la propia imagen

La toma de imágenes en los tribunales franceses está muy restringida. Sólo si el presidente accede se puede fotografiar el espacio, pero sin tribunal, testigos ni procesados. Por ello, cuando las personas juzgadas son consideradas «informativamente interesantes», algunas agencias de noticias envían a un dibujante para poder ilustrarlas.

Así es como se presenta uno de ellos. Se situa ante la «pecera» donde se encierra a seis de los militantes políticos vascos procesados, pero no podrá realizar ningún retrato. Albisu se dirige al presidente del tribunal para decirle que no quiere que le hagan «ninguna caricatura» y reivindica su derecho a reservar su propia imagen.

La petición es argumentada por la defensa. El presidente accedió, pese a que el fiscal muestra «mi sorpresa, porque creía que usted era contrario a las prohibiciones». Los otros cinco procesados se unen a la petición y el dibujante, visiblemente enojado, recoge su gran carpeta y abandona la sala.

Un «foulard» en la celda

Gabi Mouesca, citado como testigo por la defensa, acaba su alocución. Marixol Iparragirre pide intervenir. Relata pormenorizadamente el suplicio vivido cuando fue encarcelada en Burdeos. Vigilada ininterrumpidamente, aislada, sin correo, sin visitas, sin relación con nadie que no fuesen los funcionarios; sometida a cacheos integrales cada vez que salía de la celda, circunstancia que sólo se daba cuando la llevaban a un minúsculo patio o a la ducha; teniendo que esperar que llegase un mando para que le dieran la bandeja de la comida; con cambios de celda incesantes...

«Creo que conozco prácticamente todas las celdas de esa cárcel porque me cambiaron como unas 49 veces en dos meses», dice para ilustrar el «terror injustificado» que le producía su presencia en una prisión donde no tenían experiencia con presos políticos vascos.

Iparragirre cuenta que un día, en que por enésima vez le ordenan recoger sus cosas, se planta. Obligada a la fuerza, con un fuerte golpe en la cabeza, es arrastrada por los funcionarios al mitard (celda de castigo). «En ese momento me dije que la tortura se acabó y me puse en huelga de hambre y de sed. En un mitard la posesión de objetos o prendas personales está superlimitada. Un día, sin embargo, como por casualidad, apareció un foulard».

Mouesca, con 17 años en prisión a sus espaldas y desde su experiencia como presidente del OIP (Observatorio Internacional de Prisiones) responde a la pregunta: «En una situación así, ¿cómo explicaría la presencia de un foulard allí?». «Para mí es evidente que se trata de una incitación al sucidio», responde sin vacilar..

La pelota y las ratas

En la sala se pasa de momentos trascendentes a situaciones surrealistas. En un momento del interrogatorio a Juan Kruz Maiza, el presidente quiere saber si el ciudadano vasco practicaba deporte en prisión. Maiza le confirma que hacía todo lo que podía, «salvo la pelota, claro, porque eso no es posible en La Santé».

Peio Alcantarilla apunta otra «disciplina deportiva» desconocida para el tribunal. El urruñarra relata que en Fresnes las condiciones eran y son deplorables. Para salir al paseo en una especie de «patio-jaula» debía atravesar un pequeño patio que era el terreno de juego. «El juego consistía, señor presidente, en lanzar migajas de pan al suelo del patio y esperar que apareciesen las ratas, momento en el que los presos tiraban botellas llenas de agua sobre ellas. El que más mataba, era el ganador. Llegué a contar hasta 48 ratas», relata el vasco.

 

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo