Como decía Julio Iglesias y nos recordaba Hertzainak hace ya algunos años, «la vida sigue igual». El Athletic puede añadirle una tercera melodía al mismo estribillo, como ha añadido un enésimo capítulo a la misma historia. Porque lo pasó ayer en Anoeta se nos hizo ligeramente familiar. Y cansino. Y preocupante. Porque por mucho que los arrebatos de furia, la casta, la pelea inagotable o la capacidad de reacción sean virtudes encomiables, e incluso nos hagan orgullecernos del equipo, si vienen precedidos de regalos como los que hace el Athletic sólo sirven para prolongar emociones y agonías. Para lo que no sirven es para sumar puntos, al menos lejos de San Mamés. Y sin ésos, el horizonte de los rojiblancos estará lejos del que todos queríamos vislumbrar a principio de temporada.