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Fermín Gongeta, Sociólogo

Siete palabras y una coma

El autor, a través de un relato que entremezcla metáforas y hechos de la realidad política, cuestiona el valor del sistema electoral y del parlamentarismo. Gongeta considera que «los verdaderos socialistas no vemos en el derecho al voto, por muy universal y exigible que sea, la panacea que elimina los obstáculos que nos llevan de manera armoniosa a una vida plenamente libre». Recuerda en ese sentido que «el derecho de voto no suprime el antagonismo de clase entre explotadores y explotados».

«Considero inmoralidad política, someterse a leyes injustas». (Karbuts)

Nací en la celda número 04041942, de un penal de la latitud 43º 15' norte del Reino hispano. Nací muerto. Y somos muchos los que nacemos en estas condiciones, Nacemos y morimos a un mismo tiempo. Permanecemos en esa oscuridad en la que no entra un infinitésimo rayo de libertad ni de esperanza. Pero es difícil imaginar qué es la libertad, para quienes, como yo, perduramos tanto tiempo, sin conocer otra cosa que la opresión, en esta cárcel de exterminio.

Hoy, 68 años después, me han trasladado a la celda 01122010, en la misma latitud del hemisferio norte. Y mientras tanto, nada ha cambiado. Nada me han enseñado, ni ellos aprendido, los pretensiosos líderes de la sabiduría, del poder y del dominio: políticos corrompidos desde su origen. Continúo encerrado en la misma celda, aunque le hayan colocado, casi borrado, un número diferente, y lo hagan así cada día. Nadie lo sabe, nadie lo ve, pero está así decidido y apenas sí nos damos cuenta. El tiempo pasa demasiado rápidamente sin que la situación mejore.

A lo largo de este tiempo he conocido directores de presidio y carceleros de todo pelaje. Jueces, jefes de Estado y subordinados suyos en Euskal Herria. ¡Cómo se parecen todos ellos entre sí! Van buscando su triunfo, en una sed infinita de dominio que nunca concluye.

¿Por qué será que los más inútiles se encuentran en los puestos más altos? Alguien dijo que los políticos son como los libros en las estanterías. Los mejores y los que más se utilizan, se colocan en la parte más baja, en la de más fácil acceso. En la parte superior de la estantería, se colocan aquellos a los que no se llega sin banqueta, ni se les toma, ni se les mira, ni nos sirven. Diría que ni siquiera lucen en el puesto en que se les ha colocado, y en el que ellos mismos se esfuerzan en mantenerse.

Algunos continuamos en la latitud 43º 15' norte, dentro del Reino español, salvo quienes purgan penas o esperan que se les aplique. Es éste un lugar de gente indolente, crítica, protestona, y por consiguiente, castigada con severidad por el poder.

-«Hay que realizar un ataque sorpresa, rápido y severo»- ordenó el general Mola en 1936. Y así lo hicieron los educados únicamente para matar y castigar, y ser obedecidos ciegamente.

Y así continúan. De tal manera que, carceleros, policías, ertzainas, guardias civiles, jueces, todos esos oficios de venganza y de desorden social, son absolutamente necesarios para quienes consiguen el poder. Por eso mismo los detesto. Y ese poder lo obtienen con patrañas y mentiras, tras una jornada electoral donde el pueblo se moviliza y acude a votar, con más esperanza decepcionada que eficacia política.

Más de la mitad de la población de Euskal Herria hemos nacido muertos. Sin protección económica, ni social ni política. Sin otro derecho que el de la obediencia y el de la sumisión plena. ¿No somos nosotros, con nuestra fe en unas elecciones, siempre trucadas, quienes les permitimos este tipo de atrocidades? El problema continúa vigente: ¿qué hacer para salir de esta situación? ¿Doblegarnos? ¿Someternos a su voluntad una vez más?

Hay un personaje político en la época de la Revolución francesa, que pensó y escribió con honradez y terminó su vida con rectitud, detenido y encarcelado, suicidándose en la celda. Fue uno de los llamados ginebrinos, Condorcet. El mismo que mantuvo públicamente en la Asamblea de abril de 1791 que «los amigos de la verdad son aquellos que la buscan, y no aquellos que se pavonean de haberla encontrado» Y, ¿por qué será que los pavones se encuentran siempre en el poder? ¿Les dejamos hacer porque nos dan miedo?

Alain Touraine, sociólogo francés, imposible de tacharlo de izquierdista, escribía en «Le Monde» que se inquietaba por el silencio de la vida política, económica y social, frente a los enormes cambios, más bien mutaciones, que viven los países, y reprochaba a los gobiernos el haber rebajado el nivel de discusión. El gobierno actual, prosigue, reduce la libertad del nivel de discusión para evitar que se grite demasiado y que hagamos preguntas molestas.

«Las manifestaciones contra gubernamentales se desarrollan en un escenario completamente extraño a las grandes catástrofes por las que atravesamos... La izquierda no anda mejor que la derecha, aunque, al menos, posea conciencia de que se tiene urgente necesidad de partir de cero» En definitiva, «que la realidad por la que atravesamos es maxi, mientras que nuestras respuestas políticas son mini».

Leer a Alain Touraine el año 2010 me lleva hasta Clara Zetkin en 1889, cuando en París escribía: «En los países en los que existe el sufragio llamado universal, libre y directo, se nos manifiesta que, en realidad, no vale gran cosa. El derecho de voto, sin libertad económica, no es ni más ni menos que un cheque sin provisiones»... «Es preciso recordar que no debe existir contradicción alguna entre teoría y práctica, entre los actos y las convicciones»...

En ese mismo sentido su amiga íntima Rosa de Luxemburgo le carteaba: «Si los acontecimientos adquieren un cariz que desborda los límites del parlamentarismo, nuestros dirigentes no nos servirán para nada. Lo más que puede suceder es que nuestros jefes intenten a cualquier precio conducir todo a la esfera parlamentaria, tratándonos de enemigos del pueblo, y combatirán con toda su rabia cualquier movimiento y cualquier persona que pretenda ir más lejos».

Tal vez por eso y aun habiendo nacido muerto, mantengo que los verdaderos socialistas no vemos en el derecho al voto, por muy universal y exigible que sea, la panacea que elimina los obstáculos que nos llevan de manera armoniosa a una vida plenamente libre.

No hay más que ver en el Reino español, y en todo el mundo, cómo la situación de proletarios emancipados en el plano político son servidores y explotados en el plano social. Y es que el derecho de voto no suprime el antagonismo de clase entre explotadores y explotados. La facultad de voto constituye hoy en Euskal Herria un privilegio ideológico y no un derecho universal.

Por eso «considero inmoralidad política, someterse a leyes injustas». Siete palabras y una coma.

Y es que, por inercia, la injusticia y la inmoralidad tienden a perpetuarse.

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