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Basta ya de juegos en ETB

El director general de EITB, Alberto Surio, compareció ayer en la comisión de control parlamentario y, además de una encendida defensa del jefe de política, Juan Carlos Viloria, volvió a echar mano de un discurso almibarado para no reconocer la hiriente realidad de ETB y su socialmente dañina gestión. La comparecencia se produjo en un contexto de pérdida imparable de audiencia, con denuncias de prácticas despóticas y nepotistas que han tensionado el ambiente entre los profesionales. ETB, con un modelo sin discurso propio, ha llegado al paroxismo de borrar toda referencia de Euskal Herria, a hacer noticias sucursalizadas y sin autenticidad, hasta el punto de disparar la desafección de la comunidad euskaldun. La respuesta reactiva mediante el telemando de miles de ciudadanos que se han alejado de ETB es buena muestra de ello.

Llueve sobre mojado. La responsabilidad del PNV es enorme. El inconsciente le llevó a creer que ETB sería un instrumento perpetuo, a gestionarlo casi como si fuera un batzoki; puso las bases del modelo sobre el que ahora el PSOE y el PP hacen y deshacen. El problema del modelo de ETB es estructural, trasciende legislaturas, y debe abordarse desde un nuevo parlamento, reflejo de la realidad sociopolítica, emanado de la voluntad popular y que sea motor de la regeneración democrática del país.

Alberto Surio debe ser honesto y reconocer sus incapacidades y responsabilidades en la deriva que está llevando a ETB a la agonía. Lo coherente en cualquier persona con ese balance de gestión sería dimitir para evitar el desastre y poder reoxigenar la televisión desde una nueva mentalidad de lo público, al servicio del país, reflejando y radiografiando su verdadera realidad sociopolítica, que no se corresponde con el pacto entre contrarios naturales y el monocultivo de las mentes para reeducarlas en una sola legislatura. La televisión pública vasca merece vivir. Prepararse ante los retos de la explosión digital y el cambiante contexto comunicativo. Merece un modelo público serio y solvente, que sea reflejo público de su pluralidad, que esté a la altura de los nuevos tiempos; en definitiva, depositario de los sueños e ideales del país.

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