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CRíTICA rock

Cuatro días cuerpo a cuerpo con la apisonadora Berri Txarrak

Pablo CABEZA

Este es el sino del trío de Lekunberri desde hace años: retarse y completar aforos. Lo consiguió de nuevo el viernes pasado en Espaloia de Elgeta, el sábado en el gaztetxe de Anoeta y el lunes y martes en Kafe Antzokia de Bilbo. Cuatro días de vértigo para una formación que mide todos sus actos con un porqué de fondo.

Gorka Urbizu y Aitor Goikoetxea fundan Berri Txarrak en 1994 tras haber pasado una etapa de aprendizaje en Nahi ta Nahiez, donde ambos eran unos críos amantes del jevi metal. Dieciséis años después, el trío integrado por un navarro, un guipuzcoano y un vizcaino poseen un directo y un repertorio abrasivo, arrollador y profesional, aspecto que no les resta ni sencillez, ni comunicación, ni controladores, ni frescura, ni pamplinas. Primero la música y al lado el público, sin perversiones, sin barreras, de tú a tú.

En total, una hora y media larga en el que Gorka, David, muy físico y suelto, y Galder, el robot humano perfecto y al que el tiempo de inactividad (Dut, Kuraia) no le ha roto la forma ni la pegada, lanzaron innumerables bolas de fuego coreadas constantemente por el público: «Hil nintzen», tema con el que abrieron, «Folklore», «Jaio», «Payola», «Libre», «Isiltzen», «Gure dekadentzia», «Achtung», «Ikasten»...

Se mezclaron con el público, se embadurnaron de su sudor, se miraron unos y otros, con complicidad. Jugaron con los ritmos, las sombrías luces... y terminaron el set con Gorka rompiendo las cuerdas de su guitarra con una tenaza, de abajo hacia arriba, así hasta quedarse con el sonido grueso de la última cuerda, del mortal último segundo.

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