El otro día comentaba con una compañera que llevamos una racha impresionante en la que sólo escribimos de elecciones salpicadas de sospechas de fraude, cuando no de pucherazos indisimulados.

Los ejemplos se suceden. El último en Kosovo, donde los observadores de la UE dan crédito a las denuncias de fraude al constatar que en poblaciones consideradas como feudos del primer ministro, Hashim Thaçi, la tasa de participación superaba el 90%. Y evidentemente, todos votaban a favor de Thaçi, todo un personaje que ahora aparece implicado en un turbio asunto de tráfico internacional de órganos.

En Haití la situación es peor, ya que han calificado por el morro para la segunda vuelta a un candidato coleguilla del presidente, pese a que está bastante claro que un cantante logró más votos que él. Luego dirán que parece que el país antillano sufre una maldición, porque le caen encima, una tras otra, las plagas del terremoto, el cólera, el huracán y demás. Aunque nadie explica que todo ello se explica por siglos de rapiña colonialista que han padecido, y siguen padeciendo, los haitianos. Como para dejarles votar y que elijan libremente a sus gobernantes...

En Afganistán vendieron la moto de que las elecciones de setiembre eran fundamentales para desarmar ideológicamente a los talibanes. Se ha demostrado que la moto no chutaba, ya que además de no poderse celebrar votaciones en la mayoría del país por el control talibán, tres meses después siguen las denuncias de fraude y las instituciones siguen sin formarse. Como para convencer a un afgano de que el sistema importado por los occidentales es mejor que el de los talibanes.

En Bélgica llevan también meses intentando formar gobierno después celebrar sus elecciones, con los partidos negociando cómo ahogar la demanda de autogobierno flamenca, y en Irak las negociaciones se centran en cómo repartirse el pastel. Hasta en San Vicente y las Granadinas la oposición denuncia fraude. Sólo pensar que en mayo en Euskal Herria podemos tener otro pucherazo es para echarse a temblar.