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Medidas desesperadas

Tomando como punto de partida el atentado que el miércoles costó la vida a casi 40 personas, el autor analiza la acción de Jundullah, la organización que perpetró el ataque, como la situación que viven los baluches de Irán.

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 Karlos ZURUTUZA Periodista
 
Las celebraciones del martirio del imán Hussein se volvieron más sangrientas que nunca el pasado miércoles tras cobrarse un kamikaze la vida de casi 40 personas y provocar más de un centenar de heridos. El ataque indiscriminado ocurría en la ciudad portuaria baluche de Chabahar y era reivindicado al poco por Jundullah (Soldados de Dios); un grupo armado que dice defender los derechos religiosos y nacionales del pueblo baluche en Irán.
Tras la ejecución en junio de su líder, Abdul Malik Rigi, el régimen chiíta había anunciado a bombo y platillo que Jundullah había sido «descabezada», e incluso que sus «escasas decenas de militantes» habían huido a Pakistán. Al poco, los baluches desmentían esos rumores y vengaban la muerte de Rigi con otro atentado suicida el pasado julio en una mezquita chií de Zahedan (capital de Baluchistán oeste). 
Cometer una acción de este tipo no era sinónimo de que la organización fuera plenamente operativa, pero el secuestro de un ingeniero del programa nuclear iraní el pasado setiembre apuntaba a que se había subestimado la capacidad logística de los «soldados de Dios». La insurgencia pedía la liberación de todos los presos baluches, de lo contrario emitirían una entrevista en la que el científico persa desvelaría «importantes secretos» sobre el programa nuclear iraní.
Teherán respondió con un incremento de los arrestos masivos en funerales o ceremonias religiosas y ejecuciones sumarísimas de «enemigos de Dios», entre los que se encontraban niños de 15 años o  «blogueros» que gestionaban una página web sobre cultura baluche. Al final, la entrevista fue emitida finalmente por la cadena Al-Arabiya (http://www.youtube.com/watch?v=ln4ND4uo4PM).

Enemigos de enemigos. El pasado 29 de noviembre, un científico iraní perdía la vida tras colocar dos motoristas una bomba lapa en su coche. Si bien la acción no fue reivindicada, analistas de oriente y occidente coinciden en que el modus operandi apunta a los servicios secretos israelíes. Se trataba del quinto ataque en dos años sobre agentes involucrados en el programa nuclear iraní y, curiosamente, se producía pocas horas más tarde de que Wikileaks filtrara un cable en el que Meir Dagan, el director del Mossad, defendía la caída del régimen islámico como la única manera de acabar con el programa nuclear. Para ello, Dagan sugería «reclutar a grupos armados como el movimiento de liberación baluche»…
¿Están la CIA y/o el Mossad detrás de los insurgentes baluches de Irán? Tanto unos como otros han desmentido siempre dichos rumores aunque tampoco se trata de una hipótesis descabellada en los tiempos que corren. Atendiendo a las filtracio- nes que están sacudiendo recientemente las relaciones diplomáticas a nivel mundial, Washington habría estado apoyando al PKK mientras que Turquía habría hecho lo propio con Al-Qaeda en Kurdistán Sur. Teherán no les iría a la zaga apoyando a los talibanes de Hekmatyar en Afganistán mientras envía enormes sumas de dinero a Karzai, ese presidente «títere» de Afganistán cuyos hilos son cada vez más difíciles de manejar desde Washington.

Giro nacionalista. Al margen de toda especulación, lo cierto es que Irán se enfrenta a un enemigo cuyo discurso ha ido evolucionando de forma muy peligrosa para la República Islá- mica. Jundullah nació en 2002 reivindicando autonomía y derechos universales, unas demandas muy similares a las de los kurdos de la vecina Turquía.

Por su parte, Teherán y Ankara se han limitado a apretar el puño hasta clavarse las uñas. Hoy muchas de las aldeas baluches de Irán recuerdan dolorosamente a las de Chechenia, porque apenas hay hombres. Los que no han sido ejecutados, han huido.
En sus últimos comunicados, Jundullah viene defendiendo un discurso en clave nacionalista, desmarcándose ahora de la agenda internacional-yihadista de Al-Qaeda. Y es que los insurgentes baluches de Irán no han sido «ideologizados» en madrasas sino que, más bien, se trata de jóvenes locales estigmatizados por la represión y el subdesarrollo. Las fotos de los suicidas en la página web de la organización (HYPERLINK  http://junbish.blogspot.com/) hablan por sí solas.

Irán ha probado casi de todo para asimilar a los baluches dentro de sus fronteras. Incluso ha sacrificado la explotación de las enormes reservas de hidrocarburos de la región, no sea que ello provoque un desarrollo que pueda volverse en su contra. Asimismo, a principios de los 80 se multiplicaban las mezquitas suníes en Baluchistán Oeste y se compraba a clérigos y líderes tribales para diluir unas ambiciones soberanistas que Jomeini tachaba de «corrientes pre- islámicas».

Fue precisamente el régimen chiíta el que utilizó el Islám sunita como herramienta con la que erradicar el creciente sentimiento nacionalista (y comunista) entre los baluches. Hoy existe la figura del «misionero», clérigos chiíes que predican en las mezquitas suníes con un discurso que, básicamente, se reduce a una sencilla fórmula: «hasta que no os convirtáis al chiísmo no tendréis trabajo, ni escuelas ni oportunidad ninguna».
En los estertores de esta década que está a punto de concluir, los baluches de Irán son un pueblo exhausto que pide la ruptura total con el Estado persa; un enemigo acorralado que, presumiblemente, seguirá respondiendo con acciones desesperadas como la llevada a cabo el pasado miércoles.
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