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ANALISIS | Futuro de Myanmar

Elecciones, oposición y minorías

La Junta Militar, la llamada «oposición democrática» y las minorías étnicas son los tres actores principales del proceso de negociación que, sin injerencias externas que condicionen su futuro, conduzca a Myanmar hacia la reconciliación y la superación de la situación actual. Hace unas semanas Myanmar volvió a ser el centro de atención mediática. Días después de las primeras elecciones en veinte años, la Junta Militar firmaba el fin del arresto domiciliario de la líder opositora Aung San Suu Kyi, icono de buena parte de Occidente. Y a todo ello acompañó el aumento de la tensión y los enfrentamientos armados entre guerrillas de las minorías étnicas y el Ejército birmano.

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Txente REKONDO Gabinete vasco de Análisis Internacional (GAIN)

La Junta Militar que gobierna Myanmar lleva tiempo desarrollando diferentes acciones de cara a resituar al país en una coyuntura más favorable, habida cuenta de las presiones que algunos actores internacionales comandados por Washington mantienen. En ese sentido, algunas fuentes señalan que estos movimientos buscan en cierta medida romper el cerco al que está sometida Myanmar por parte de la mal llamada «comunidad internacional».

Las recientes elecciones del 7 de noviembre no han supuesto un cambio, sólo han confirmado las predicciones. Por un lado, el triunfo aplastante de los partidos ligados a la Junta Militar, el Partido Unión, Solidaridad y Desarrollo y el Partido Unidad Nacional, deja poco margen para una transformación radical, más allá del peso que puedan ir adquiriendo sectores civiles. Por otro, los resultados modestos de la opositora Fuerza Nacional Democrática deben ser analizados más allá de esta cita electoral. También algunos candidatos de las minorías étnicas habrían obtenido algún escaño.

La dificultad para contrastar los datos oficiales no permite valorar el llamamiento al boicot y a la no participación de las principales fuerzas opositoras, tanto a nivel estatal como por parte de representantes de minorías étnicas. Algunos analistas locales señalan que estas elecciones han supuesto un nuevo paso en el guión diseñado por la Junta, que tuvo su antecedente más inmediato en el referendo de 2008 que aprobó la nueva Constitución y cerró la puerta a buena parte de las demandas de la oposición y de las minorías étnicas.

Lo que cada día parece más evidente es que las divisiones afectan a todo el ámbito político birmano. Dentro de los partidarios del actual Gobierno conviven diferentes posturas generacionales y actitudes a veces enfrentadas entre los representantes de los ejecutivos central y regionales. Hay quien se atreve a apuntar, asimismo, que las posturas de los llamados tecnócratas y los que están más ligados a la «seguridad» no siempre coinciden.

Tampoco la oposición presenta una imagen unificada. La puesta en libertad de Aun San Suu Kyi está siendo un factor determinante para una parte importante del movimiento opositor, pero incluso en éste se aprecian posturas no coincidentes. La decisión de algunas formaciones de participar en las elecciones, las divisiones entre los distintos sectores de la llamada «oposición democrática» (antiguos militares que apoyaron al dictador Ne Win, ex militantes comunistas, parlamentarios anteriores a 1990...), o el veto impuesto por la Liga Nacional para la Democracia de Aung a movimientos populares como el de los estudiantes que se sublevaron en 1988 o el más reciente de monjes que se rebelaron en 2007, son factores que impiden aceptar esa versión mediática de un única oposición liderada por Suu Kyi. Y todo ello sin olvidar que algunos sectores de la oposición en el exilio tampoco comparten esa única voz.

Tras la euforia de los seguidores de Aung por su puesta en libertad, la dividida y fragmentada oposición se ha encontrado con una dura realidad. Las deficiencias organizativas (fruto de la presión gubernamental, pero también de errores propios), los escasos recursos materiales y otras penurias condicionan sobremanera la participación normalizada en la vida política.

Otro actor clave en el actual escenario birmano es el factor étnico. En Myanmar conviven más de 130 etnias, muchas de ellas con sus propias organizaciones políticas y militares. Algunas mantienen un alto el fuego e, incluso, colaboran, con el Gobierno, mientras que otras siguen luchando con las armas por obtener un reconocimiento y unas instituciones propias. También se dan enfrentamientos interétnicos en algunas zonas y, en ocasiones, sobre todo en el pasado, hay choques entre grupos de una misma organización por su caracterización ideológica.

Los diferentes gobiernos birmanos han venido utilizando esa diversidad para dividir y oprimir a los grupos étnicos, y han intentado utilizar ese complejo mapa étnico para justificar sus políticas represivas y evitar afrontar una solución negociada. Sin embargo, hay quien sostiene que esa complejidad es sólo una excusa. «En términos políticos, tan sólo hay ocho estados étnicos (Arakan, Bamar, Chin, Kachin, Shan, Kayah, Karen y Mon). Las denominadas 135 razas nacionales son en realidad el número de dialectos diferentes que hablan los subgrupos de los tres grupos mayoritarios. El problema, por tanto, no debería ser tan complicado como lo pinta la Junta militar», aseguran.

Los intentos del Gobierno de desarmar a las guerrillas de las minorías han encontrado el rechazo incluso entre aquellas formaciones que mantenían un alto el fuego, ya que la Junta pretende que los guerrilleros integren una nueva organización paramilitar que combata a quienes no mantienen un cese de las hostilidades y, además, la aprobación de la nueva Constitución (2008) cerró la puerta a la mayoría de las demandas de las minorías.

Tampoco conviene perder de vista los recelos de buena parte de estas organizaciones hacia la llamada «oposición democrática» de Aung, ya que temen que prime los intereses «estatales» por encima de los reconocimientos de los derechos nacionales de las minorías. La propia Aung es consciente de ese recelo y no ha tardado en señalar públicamente la necesidad de articular un nuevo discurso que atraiga a las minorías hacia un mismo proyecto.

La negociación debe ser el paso para articular un camino de cara a la reconciliación y superación del conflicto. Un proceso cuyos tres actores principales serían la Junta Militar, la llamada «oposición democrática» y las minorías étnicas. Y sin injerencias externas, ya que hasta la fecha la política internacional ha condicionado el devenir de Myanmar, con EEUU y sus aliados promoviendo políticas de sanciones contra la Junta, que acaban pagando los sectores más desfavorecidos de Myanmar, o con China haciéndose con el control de las tierras de las minorías étnicas con el beneplácito de los actuales dirigentes birmanos.

Los datos no ayudan al optimismo. Más allá de los enfrentamientos en clave política, Myanmar tiene a más del 30% de su población viviendo en la pobreza (más del 90% vive con poco más de 60 céntimos al día), cerca de una tercera parte de la infancia sufre malnutrición y el fracaso escolar alcanza cifras demasiado altas. A ello se suman las catástrofes naturales,el desempleo y el aumento de los precios de los alimentos (tanto por la crisis mundial, como por los embargos y sanciones).

Los próximos meses la tensión irá en aumento por ese abanico de enfrentamientos y por los intereses de los actores extranjeros. Sin embargo, para que las etnias que viven en Myanmar puedan afrontar un futuro mejor, se impone corregir las políticas erróneas que se ha mantenido hasta hoy y buscar una salida negociada que respete la voluntad de todos los actores.

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