Los tirantes, como prenda de sujeción de los pantalones, forman parte de la iconografía sentimental, emocional, social y política. Para los niños de un tiempo oscuro, pasar de los tirantes al cinturón era una prueba de crecimiento, una asunción de entrada en otra etapa de juventud. El cinematógrafo nos ha mostrado toda suerte de modelos de tirantes, desde las películas de vaqueros a los obreros de Bertolucci pasando por los gánsters de Coppola, en todos los órdenes sociales, con militares nazis o con cabareteras posmodernas. Pero los tirantes que marcaron una época política fueron los de Manuel Fraga, el dueño de la calle tardo-franquista, que después, con los años, tuvieron una visualización mediática con Pedro José Ramírez, a quien de manera paródica y humorística El Gran Wyoming los ha convertido en seña de identidad de su indumentaria diaria en «El Intermedio».

Pero en la televisión, de forma global, internacional, y televisiva los tirantes de verdad han sido desde hace veinticinco años los que ha lucido Larry King en CNN, quien, como repiten muchos titulares de prensa, «cuelga los tirantes»; y es que se jubila, abandona su mesa de trabajo, cie- rra una historia periodística en la que ha tenido la oportunidad de hacerse célebre a base de realizar entrevistas a más de cincuenta mil personajes. Él mismo puede considerarse un personaje, un icono periodístico, además de una de esas múltiples muestras que acaban por romper todas las previsiones y tópicos, porque si algo estaba claro es que sus rasgos físicos no se pueden colocar como ideales para definirlos que acomodados a los conceptos de telegenia, pero precisamente, por esa peculiar imagen que transmite su cara ruda, con sus gafas de pasta, y sus tirantes como detalle de cercanía o de mostrarse en mangas de camisa para demostrar que está trabajando, en acción, que han logrado crear una escuela.

La escuela de Larry King era la de no cortarse, la de preguntar aquello que la inmensa mayoría de sus seguidores esperaba que preguntase a sus invitados. Y de hacerlo de manera rotunda, pero lo suficientemente amena y sin acritud como para que casi la totalidad de los entrevistados contestaran.