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Martin Garitano Periodista

Es para provocar

Es difícil predecir cual será el destino de las últimas víctimas de la violencia estatal cuando estas líneas vean la luz, aunque la experiencia acumulada no nos haga presagiar nada bueno. Tampoco conozco, en el momento de enfrentarme a la columna, el trato que habrán padecido a manos de la policía española. Tampoco la experiencia anima al optimismo, pero sean cuales sean las decisiones que tome el juez Grande Marlasca sobre el futuro de estos ocho jóvenes, la conclusión que cabe extraer de la operación en sí misma, ubicada en el momento político actual, sólo es una: Ni Grande Marlasca, ni los responsables políticos que han animado la razzia, ni los servicios de información casi todopoderosos del Estado, quieren que lleguemos a ese nuevo escenario democrático del que desaparezca el sufrimiento por causas políticas.

No valen los argumentos que repiten como un mantra: «El Estado de Derecho no está en tregua», «Quien quiera recomponer organizaciones ilegales tendrá a la policía detrás»... Toda esa palabrería hueca es, simplemente, el pobre ropaje con que pretenden revestir lo que no se atreven a confesar. Y no lo hacen porque ni su propio electorado entendería que el Gobierno, la Policía y la Judicatura prefieran seguir instalados en la versión más violenta del conflicto.

Pérez Rubalcaba, Ares, Grande Marlasca y compañía, parafraseando a Calvo Sotelo, prefieren la España roja a la España rota. Prefieren que todos sumemos más años de sufrimiento a la posibilidad de que el proyecto independentista de los vascos, primero, y catalanes o gallegos después, sea factible. Porque saben que si es factible, algún día llegará.

Son personajes siniestros, pero no están mal informados. Saben que en la sociedad vasca está calando el mensaje de una izquierda independentista que, recompuesta después de muchos años, puede convertirse en el motor político de un gran movimiento que consiga atraer a sus tesis emancipadoras a la mayoría del país. Y saben que contra eso no podrán hacer nada.

Por eso provocan con la represión, para que se agote la paciencia de quienes están haciendo una apuesta política de hondo calado. Por eso castigan a la juventud, no sólo para sembrar el miedo, sino para llevar a la gente al hastío, para romper la baraja.

Están bien informados, pero el fanatismo les nubla la vista y no ven que en la izquierda independentista hay temple suficiente para aguantar y cuajo de sobra para seguir avanzando.

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