CRíTICA cine

«El último bailarín de Mao» Recuerdos de la disidencia

Mikel INSAUSTI

Este Bruce Beresford está mucho más cerca de “Paseando a Miss Daisy” que de “Consejo de guerra”, porque en Hollywood sólo se acuerdan del veterano cineasta australiano para encargarle melodramas convencionales y alejados de su vena más personal y crítica, que la tuvo. Viendo “El último bailarín de Mao”, no se adivina rastro alguno de su definitivamente perdida independencia profesional, ya que es sometido a un vaciado ideológico que le lleva a comulgar con una argumentación más propia de la época de la Guerra Fría. El recurso narrativo del «flash-back» se convierte en pretexto moralista para volver sobre el pasado de la disidencia, cuando en la actualidad el Gobierno de Pekín tiene permitida la entrada a China al bailarín Li Cunxin, que se exilió a  EEUU en los 70. La maquinaria de la propaganda anticomunista no parece haber muerto, menos aún cuando el estreno de la película coincide con la concesión del Premio Nobel de la Paz al encarcelado Lu Xiaobo.

Pese a todo, no se le puede negar oficio a Bruce Beresford, que es capaz hasta de olvidarse de su propia situación de servidumbre creativa, para intentar colarnos un emotivo cuento sobre la superación individual. Adapta la autobiografía de Li Cunxin restando importancia al contexto histórico, como si lo realmente vital fuera la lucha por la libertad artística. Cada vez que el protagonista baila, parece superar con sus ligeros movimientos las presiones y ataduras de la diplomacia internacional, recalcando que el dominio que posee de la técnica del ballet nace de su propio esfuerzo y de una voluntad de hierro, no de la dura disciplina que le inculcaron en su etapa de aprendizaje dentro de un régimen totalitarista. El truco funciona por la sencilla razón de que el estelar Chi Cao viene de la danza y no es actor, por lo que se le ve más seguro dejándose llevar por la música que por las palabras. En cambio, sus expresiones de sorpresa al descubrir el lujo occidental se notan exageradas y no son las de un recién llegado.