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Duelo perinatal, convertir una ausencia externa en una presencia interna

Perder un bebé, ya sea durante la gestación o en los primeros días de vida, es perder un sueño, un proyecto de vida. Es una sensación de fracaso. Por eso el duelo perinatal, en su día llamado «duelo olvidado», cobra cada vez más importancia en el ámbito hospitalario y de atención sicológica.

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Joseba VIVANCO

Sé cómo se sienten». O «hay que seguir con la vida, esto no es el fin del mundo». O «el tiempo lo cura todo». O «sé valiente y no llores»... Frases de consuelo como éstas son las que el personal sanitario debe evitar cuando una pareja acaba de perder a su bebé, ya sea a término o no, durante el embarazo, al nacer, horas o días después. O, incluso, cuando el hijo imaginado no es como lo habían idealizado. Elizabeth Kirkley-Best y sus colaboradores denominaron a esta situación como el «duelo olvidado». Lo hicieron en 1982, hace nada.

Porque hasta no hace mucho, cuando sucedía una muerte perinatal, la madre era apartada del bebé con la intención de evitar cualquier apego hacia él y atemperar así su dolor. El padre pasaba aún más desapercibido. Como sintetizaba la autora Sherokee Ilse en su libro ``Brazos Vacíos'', «en nuestra sociedad se mide el duelo por el tamaño del ataúd». Ese bebé no había existido a efectos oficiales. Hoy, las cosas han cambiado.

El 90% de muertes infantiles se da en los bebés prematuros. No obstante, los hospitales vascos ya sacan adelante a seis de cada diez recién nacidos con menos de un kilo. Aun así, cada año la mortalidad en bebés en la red hospitalaria vasca suma unas 150 muertes. Más de un centenar largo de pérdidas que requieren de un duelo particular.

«Si en un duelo por un ser querido hay que revisar toda una relación, en el duelo perinatal esa relación con el feto ahora muerto es más simbólica que real y, como dice Brier, está basada en las necesidades y deseos de los padres sobre ese embarazo», lo sitúa Ana Pía López, enfermera especialista de Salud Mental y una de las responsables del programa ``Brazos Vacíos'' del centro de salud Gasteiz-Centro, que funciona desde 2004 en colaboración con el Hospital de Txagorritxu.

Estamos ante un servicio de atención a mujeres -y sus parejas, si lo desean- que han perdido un embarazo en cualquier momento de la gestación o por cualquier causa. Se trata de dar respuesta a esas parejas que se han quedado en puertas de ser padres y madres. Un programa singular que, según esta experta, ilustra la «sensibilidad y deseo de mejorar esta calidad asistencial que cada vez hay más en el ámbito hospitalario». En estos seis años de funcionamiento, han atendido a medio centenar de personas: 35 mujeres y 15 hombres.

«Tratamos de ver la pérdida desde su perspectiva considerando las circunstancias en que se ha producido, el apego con el feto, la satisfacción con la atención recibida, la repercusión sobre la vida cotidiana, con la pareja en el trabajo y la familia», detalla Ana Pía López. «Y si durante el seguimiento, que suele ser de alrededor de un año, se produce un nuevo embarazo -según la bibliografía, una de cada cuatro parejas vuelve a concebir en los nueve meses siguientes-, seguimos durante el mismo y durante el puerperio a la mujer, pues es un momento especialmente delicado».

Un trabajo que comienza en el mismo hospital. Muchos paritorios vascos cuentan con sus propios protocolos de actuación ante una muerte fetal. Como el Hospital Donostia. «La verdad es que no sé muy bien qué decirles», es una de las frases que sugiere que recuerde el personal sanitario. «No me molesta que lloren», es otra. Estas guías recomiendan, además de respetar su intimidad tanto emocional como física y hacerles siempre partícipes del momento y los posteriores pasos a dar, una serie de consejos para los progenitores. Desde escribir un diario, guardar objetos de apego o no olvidar su aniversario, a llamar al bebé por su nombre, expresar sus sentimientos ante la pérdida y, si pueden, compartir su dolor. Incluso, a modo simbólico, se les facilita una tarjeta con las huellas del bebé y espacio para escriban lo que deseen.

Vínculos con diferencias

Cada duelo es diferente. «No resulta fácil ni propio dar a todo el mundo la misma atención, pues cada progenitor en duelo lo afronta de una manera y la pérdida sufrida tiene distintos significados. Por eso lo que pretendemos es dar una atención individualizada», explica Ana Pía López.

Ni es lo mismo lo que siente la madre que el padre. «La culpabilidad es más frecuente en ellas. Se atormentan a veces con el cigarrillo o la copa de vino que tomaron, el trabajo que no dejaron...», prosigue. «Los varones están más en lo práctico, sobre la causa de la pérdida, la posibilidad de recurrencia y en cómo consolar a su apenada mujer. Esto no significa que les duela menos, sino que les duele diferente y, además, no tienen licencia social para expresar su duelo. Se supone que tienen que estar muy enteros para hacerse cargo de la mujer, de otros hijos que puede haber, dando explicaciones de lo sucedido e, incluso, preparando un entierro si el feto tiene más de 25 semanas», explica.

El vínculo con el hijo en gestación es distinto entre mujeres y varones. «Y el duelo también lo es, lo que suele ser motivo de conflicto y distanciamiento», resume.

También la familia juega un papel que López considera «insustituible». Los progenitores parten de unas relaciones familiares y de pareja que, ante una crisis vital de estas características, se ponen en evidencia para bien o para mal. «Los abuelos, a veces, pueden ponerse muy sobreprotectores con sus hijos en duelo y toman decisiones por ellos que nos les corresponden. Por ejemplo, retirar la cuna destinada a un bebé que nunca podrá ocuparla». Lo que se procura es que ayuden a sus hijos en tareas logísticas, como hacer compras, cuidado de los nietos...

Un «duelo olvidado» que poco a poco se va haciendo visible: las parejas son mejor comprendidas; médicos y enfermeras saben mejor cómo manejar esas situaciones. «Hay quien dice que el trabajo del duelo consiste en convertir una ausencia externa en una presencia interna», asegura Ana Pía López. Se trata de «aprender a vivir de nuevo».

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