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Gloria REKARTE Preso ohia

Ni ciegos ni sordos

No pocos han despedido el año con un regusto amargo en las entrañas. Con algo parecido a la resaca de la tortura. Pero me expreso mal. No es la evidencia de la tortura lo que les ha sabido a hiel, sino que cuatro guardias civiles hayan sido condenados por «maltratar a los terroristas que volaron la T4». El hecho de que la confesión de tal autoría les fuera arrancada mediante las hoy probadas torturas carece, por supuesto, de consideración.

Para Ares, la sentencia destaca el buen funcionamiento del estado de derecho. Para la que suscribe, también. Salvando los matices. Porque verán, por más que he buscado y rebuscado no he encontrado a nadie que ante la evidencia de la tortura haya quedado atónito. Nadie, de todos los que machaconamente niegan su existencia, que se queje por haber sido engañado. Nadie de todos ellos que pida responsabilidades. Que exija que esto no vuelva a pasar. Que exhorte a la condena. Que se cuestione la credibilidad de las confesiones así hechas en comandancias y comisarías. Si alguien encuentra, en medios o foros, noticia o comentario que muestre el estupor que estoy buscando; algo del tipo «lo que nunca hubiera creído es verdad: aquí se tortura» (ya ven que ni siquiera pido desolación ante el descubrimiento, sólo un poquito de sorpresa), le ruego que me lo indique, porque yo no lo he encontrado. No he encontrado a nadie que haya estado ciego, ni sordo. Han visto y oído, y han sabido siempre. Y esa connivencia que ni se molestan en disimular es muestra del buen, impecable funcionamiento de un estado de derecho hecho a una medida muy concreta: la medida corta, sucia y asfixiante de «la bolsa».

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