«En la Antigua Roma, aceptar la penetración era situarse en una posición de inferioridad social»
«Sexo en Roma: del mito a la realidad», era el título de la conferencia impartida por esta profesora universitaria dentro de las XVII Jornadas sobre la Antigüedad que analizaron, en el encuentro desarrollado en Donostia, las prácticas amorosas en el mundo antiguo.
Joseba VIVANCO | GASTEIZ
El título de la conferencia habla ya de «mito», lo que da pie a pensar que el sexo en la Antigua Roma no era tan «liberal» como hoy creemos.
La sociedad romana es una sociedad muy alejada de la nuestra cronológicamente y, aunque somos herederos de ella en muchos sentidos -político, social, cultural...-, la distancia hace difícil que podamos comprender totalmente su contexto histórico. Por eso, muchas veces Roma se convierte en un espacio «ideal» donde situar prácticas y costumbres sexuales que se alejan de nuestra vida cotidiana. Además, en nuestro mundo occidental predomina la moral cristiana que se construyó, precisamente, por oposición a la Roma anterior, que pasó a denominarse «pagana», con connotaciones mayoritariamente peyorativas. Esto provocó también que se atribuyera a esa Roma pagana un comportamiento sexual radicalmente opuesto al cristiano y que, también, se abriera la puerta a la fantasía, al mito y a la posibilidad de situar en esa Roma pagana una visión abierta y libre de la sexualidad, que tampoco se corresponde exactamente con la realidad histórica de la época imperial, entre finales del siglo I a.C. y el siglo III d.C.
Entonces, ¿lo de las bacanales romanas, también es un mito?
Eran unas fiestas en honor del dios Baco, que era el dios del vino, pero que tenían también un claro componente sexual y estaban relacionadas, mayoritariamente, con mujeres, las célebres bacantes. Esto suponía una evidente transgresión, puesto que el vino era una bebida que estaba tradicionalmente prohibida a las mujeres, y en las bacanales se bebía sin medida.
Fiestas de sexo y alcohol...
Son fiestas que, en principio, imitaban el culto griego a Dionisos y, por lo tanto, se consideraban una aportación extranjera, exótica. Esto, ya de por sí, provocaba ciertas suspicacias entre las autoridades romanas; a ello se añadía el hecho de que tenían un componente mistérico, con ritos que eran desconocidos por la mayor parte de la población. Aunque esas prácticas, probablemente, no tenían nada de especial, más allá de celebrarse uniones sexuales, reales o ficticias, entre los iniciados, al estar rodeadas de una cierta oscuridad se prestaban a toda clase de fantasías y exageraciones por parte de la propia sociedad romana, que tendió a considerarlas como peligrosas, llegando a acusar a sus participantes de celebrar orgías, de cometer crímenes e, incluso, sacrificios humanos. De hecho, en el 186 a.C., con el famoso decreto De Bacchanalibus llegaron a prohibirse, aunque no consiguieron erradicar su culto, que era muy popular.
¿El objetivo último del matrimonio en aquella época no era otro que el de procrear?
El fin del matrimonio es, efectivamente, la procreación, porque los hijos son necesarios para sostener y hacer funcionar la sociedad romana, que es la base de la Ciudad y del Estado. Los romanos son muy conscientes de que sin ciudadanos no existe sistema político que funcione y la institución del matrimonio es una más de las que sirven para garantizar el futuro de Roma. Por lo tanto, la procreación tiene una clara finalidad social y política.
¿Qué papel jugaba, entonces, la promiscuidad dentro del propio matrimonio?
Puede decirse que todo es una cuestión de perspectiva. La fidelidad en el matrimonio sólo era una obligación para las mujeres, que construyeron en torno a ese concepto la base de su propia honorabilidad y valor social. De este modo, el honor de una mujer, su reputación, estaba estrechamente ligado a su comportamiento sexual, ya que se creía que una mujer que había mantenido una relación adúltera había contaminado su sangre, contaminación que transmitiría a sus futuros hijos, que no serían, por lo tanto, niños de un linaje limpio.
¿Y los hombres?
En cuanto a la moral sexual de los hombres, ésta era menos rigurosa y estricta, ya que su vida sexual se desarrollaba también más allá del lecho conyugal. Prevalece, en todo caso, el concepto de un hombre dominante, que debe poder satisfacer su deseo sexual en todo momento. Ello justificaría que pudiera tener diversas compañías sexuales, más allá de su propia esposa, y que la sociedad romana no viera en ello nada reprochable.
¿Cómo estaban vistas las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo?
La homosexualidad masculina se consideraba socialmente aceptable siempre y cuando tuviera lugar entre un hombre libre y un esclavo o un liberto. Pero, a diferencia de la pederastia griega, las relaciones sexuales entre dos ciudadanos, dos hombres libres, no era aceptable, porque, en ese caso, uno de ellos debía ser penetrado, y el cuerpo del ciudadano romano es inviolable, incluso durante el sexo.
¿Lo consideraban una especie de sometimiento?
Aceptar la penetración suponía, como sucedía con las mujeres, situarse en una posición de inferioridad social, de pasividad, que no concordaba con la imagen de uir (hombre) que transmite el ideal romano.
¿Y el sexo entre mujeres?
El rechazo era total, también por razones sociales, ya que se consideraba que, en una pareja lésbica, una de las dos mujeres debía consumar de alguna manera la penetración, es decir, debía asumir un papel de hombre que contravenía su propia naturaleza. Por eso, se consideraba una práctica monstruosa, pero no por el sexo en sí, sino por lo que suponía de transgresión del papel social de la mujer.
¿Qué hay de la bisexualidad?
Si el protagonista de ella era un hombre libre, un ciudadano, era aceptada. De hecho, las fuentes que conservamos consideran un hecho curioso el que al emperador Claudio le gusten exclusivamente las mujeres. Pero, para el resto de la sociedad, sobre todo para las mujeres a las que se atribuye un rol pasivo en el ámbito sexual, no se extiende la permisividad hacia la bisexualidad.
En resumen, que sobre el sexo en aquella Roma había que diferenciar entre lo permitido a los hombres o a las mujeres.
Sí, por supuesto. Los hombres llevan siempre la iniciativa en materia sexual, se espera de ellos que sean activos. Las mujeres, en cambio, deben asumir un rol pasivo que, se supone, corresponde a su naturaleza. La única posibilidad para las mujeres de desarrollar su propia libertad sexual era convertirse en cortesanas, lo cual implicaba directamente la renuncia a su estatus social, ya que su vida, aunque libre, no se consideraba exactamente ejemplar. Sin embargo, curiosamente, lo más molesto de estas mujeres para la sociedad no era la búsqueda del placer individual, sino su asunción de un papel activo, eligiendo sus propios amantes y, por lo tanto, sometiendo a los hombres. La transgresión, por lo tanto, no es tanto sexual como social.
¿Podemos diferenciar cómo era el sexo entre las clases altas y entre el pueblo llano?
Por supuesto. Mantener diferentes relaciones sexuales con una variedad de compañeros, a priori, de menor nivel social, implica que éstos deben ser pagados de alguna manera, lo cual exige la posesión de dinero por parte de quien toma la iniciativa. Del mismo modo, el lujo, los placeres, los banquetes, las termas, el aseo personal, el vestido, los perfumes... de gran importancia en la cultura erótica romana, son caros y no están al alcance de todos los ciudadanos. Es verdad que conocemos mejor las prácticas sexuales de las clases altas de la sociedad, que son las que más se reflejan en las fuentes que conservamos.
¿La prostitución era legal o tan sólo asumida socialmente?
Se consideraba indispensable para el buen funcionamiento de la sociedad romana, ya que cumplía una función de regulación social que permitía canalizar las pulsiones sexuales masculinas, impidiéndoles llevar a cabo relaciones sexuales ilícitas dentro del grupo de las castas e idealizadas matronas, el ideal femenino oficial de la sociedad romana, que representaba a la fiel esposa y la madre devota. Recurrir a ella no era nada deshonroso y, por ello, la prostitución es perfectamente visible en la sociedad romana. Existe un censo de prostitutas y pagan impuestos, pero su consideración social es muy baja, ya que se considera que viven vergonzosamente y que son mujeres deshonradas.
«Las bacanales romanas, al margen de las uniones sexuales, reales o ficticias, tenían mucho de oscurantismo y por eso se prestaban a la fantasía»
«El matrimonio era para procrear y la fidelidad sólo era una obligación para las mujeres. Creían que si cometían adulterio contaminaban su sangre»
«Lo que molestaba no era que la mujer buscara su placer sexual, sino que asumiera un papel activo eligiendo sus amantes y, por tanto, sometiendo al hombre»
«La prostitución se consideraba indispensable, ya que canalizaba las pulsiones sexuales masculinas, impidiendo relaciones ilícitas»
El sexo oral no estaba bien visto en aquella sociedad romana...
En efecto, había determinadas prácticas sexuales, como las felaciones y el cunnilingus, que provocaban el rechazo social, sobre todo, porque se consideraba que el coito oral era degradante para el hombre. Es el nivel social el que condiciona los hábitos sexuales y en la cultura política romana la boca es el instrumento de la palabra, la vía de comunicación del ciudadano en tanto que político. Por eso no debe «ensuciarse» con sexo oral. Además, el cunnilingus realizado a una mujer implicaba el máximo escándalo, ya que transgredía el ideal de masculinidad, al considerarse que el hombre se sometía al placer de la mujer y adoptaba un rol pasivo que no le era propio.
¿Y no se transgredía esa norma no escrita?
Bueno, entre las pinturas encontradas en la ciudad de Pompeya se han hallado representaciones de un cunnilingus y sabemos que, en algunos burdeles, las prostitutas tenían encima de su puerta una pintura que representaba su «especialidad», entre las que se encontrarían, probablemente, dichas prácticas sexuales. También sabemos, a través de las fuentes escritas, ya que la imagen no se conserva, que el emperador Tiberio tenía en el dormitorio de su villa de Capri un cuadro de un célebre pintor de escenas eróticas, Parrasio de Éfeso, que representaba una escena mitológica en la que Atalanta estaba haciendo una felación a Meleagro.
Hablando de representaciones artísticas, los penes grandes eran asociados a cualidades negativas...
Depende del contexto. En general, un cuerpo masculino decente no debe exhibir órganos sexuales muy voluminosos. En la poesía obscena, en cambio, el cuerpo masculino posee un sexo desmesurado, desproporcionado, que incluso desprende un olor nauseabundo. Pero también es cierto que un pene más grande de lo normal atrae la atención y la admiración del público de las termas. La imagen de un hombre con los genitales muy desarrollados remitía inmediatamente al dios Príapo y funcionaba como un objeto de deseo. Incluso, las representaciones de Príapo con un gran pene funcionan como amuletos para atraer la buena suerte. Pero, en general, la hipersexualidad se considera repugnante, ya que no proporciona ningún placer y su insaciabilidad conduce a una voracidad sexual rechazable. J.V.