En esta su tercera experiencia detrás de la cámara, el cineasta Gilles Paquet-Brenner («Las cosas bellas») incide en uno de los episodios históricos más silenciados de la historia moderna francesa: el colaboracionismo durante la ocupación alemana. Si bien es cierto que la filmografía francesa ha incidido en este capítulo con películas tan sobresalientes como «Lacombe Lucien», de Louis Malle, sigue siendo un tema tabú en el que salen a relucir los pasajes destinados a reabrir las heridas abiertas de un episodio que siempre ha sido visto de soslayo. «La llave de Sarah» es una excepción y jamás elude la mirada directa a una realidad instaurada en el regimen de terror que se instauró en la Francia ocupada y que fue alimentada por muchas personas que no dudaron en prestar todo su apoyo y complicidad a sus invasores.

Pasado y presente se citan a lo largo de una trama en la que salen a relucir los fantasmas de un pasado que claman salir de su olvido y que cobran forma en la figura de una niña que pertenece a una familia judía que padeció el Holocausto de 1942. Desde el presente irrumpe una periodista a la que se le encomienda la redacción de un artículo relacionado con estos acontecimientos. A medida que la protagonista -una norteamericana afincada en París desde hace 20 años y casada con un nativo- se involucra en su trabajo, comenzará a descubrir diversos pasajes en los que figura el apellido de su familia. Animada por obligados saltos temporales que se traducen en flash backs determinantes, la narración -basada en el best seller de Tatiana de Rosnay- nos guía a través de un descenso a los infiernos en el que Kristin Scott Thomas asume con brillantez el rol protagonista y traduce a través de su mirada y su gesto pasuado, los horrores de un pasado que le guiarán hacia su entorno más próximo.

Carente de subrayados emocionales gratuitos, la película goza de una intensidad acorde con lo que quiere contarnos y reabre una cuestión que no merece continuar en el ostracismo.