Obama fue elegido por la promesa del cambio, en una campaña electoral donde todo parecía posible, con reiterados llamamientos a soñar el «sueño americano», a trabajar por él, a ganárselo. Las elecciones de mitad de mandato han supuesto para Obama algo más que la pérdida del control de la Cámara de Representantes. EEUU creyó durante muchos años que era un país de posibilidades ilimitadas, pero ahora el sueño se torna en pesadilla para muchos norteamericanos.

EEUU es hoy un país políticamente polarizado y bloqueado. Que se enfrenta a problemas como un paro crónico y de largo plazo, donde la brecha entre ricos y pobres se ensancha a costa de la igualdad de oportunidades, donde a pesar de ser cierto que el mundo digital fue diseñado por ellos y sus compañías son potencias mundiales, Apple, Coca-Cola o Google invierten en Asia, donde la mano de obra es barata y los mercados crecen, y raramente en EEUU. De la mano de Fox Entertaiment o el Tea Party, explotando la demagogia y la paranoia en tiempos de crisis, cada vez son más quienes creen que la solución es volver a un supuesto pasado idílico. Pero una gran mayoría no cree que el «sueño americano» sea realista y puedan mantener sus estándares de vida. Sencillamente, se están dando cuenta de lo frágil que es el éxito y lo amarga que puede llegar a ser la realidad.