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José Luis Orella Unzué Catedrático senior de Universidad

La identidad europea

El autor considera que el año que expira ha sido el de la polémica política y mediática sobre la identidad y repasa las manifestaciones de dicha polémica. Así, comenta el debate sobre identidad nacional impulsado por Sarkozy, las implicaciones en la materia de la decisión de prohibir las corridas de toros en Catalunya, la defensa de la tesis doctoral de Ibarretxe o la sentencia del Tribunal Constitucional que sanciona la existencia de «identidades incompatibles» al definir la ciudadanía catalana como «subgénero« de la española. Finalmente, aborda la identidad europea, defendiendo una nueva institucionalización que necesitará «una participación democrática general efectiva»

El año 2010 ha sido el de la polémica política y mediática sobre la identidad. E igualmente este año con la crisis económica de Grecia y ahora de Irlanda se ha puesto en entredicho la zona euro que es el signo más visible de la identidad europea.

Comenzó Nicolas Sarkozy al programar un gran debate nacional sobre la identidad francesa. La pregunta clave era ésta: ¿Para usted en qué consiste ser francés?. El objetivo era descubrir, aprehender y estimular lo intrínsecamente galo en un país con el 13 % de inmigrantes. Llevó adelante esta encuesta el ministro de Inmigración e Identidad nacional, Eric Besson. Más aún, se habilitó una página de Internet para que todo el que quisiera lo hiciera aportando sugerencias encaminadas a afirmar la identidad nacional. Además se anunciaba que el próximo 4 de diciembre habría un debate solemne donde el presidente de la República emitiría su opinión.

Igualmente, este verano de 2010 la identidad catalana se ha puesto en discusión a propósito de la prohibición de las corridas de toros. En el Parlamento catalán que discutía y votaba la legalidad de las corridas de toros en el Principado de Catalunya estuvieron presentes 300 periodistas, de los que 130 representaban a medios extranjeros. En la votación parlamentaria del día 28 de julio de 2010 se dieron 68 votos a favor de la prohibición de las corridas de toros en su desarrollo actual, 55 votos a favor de la continuidad de la fiesta tradicional y nueve abstenciones. A resultas de esta votación, el Partido Popular presentó y registró en el Congreso el 29 de julio, un día después de que el Parlamento catalán aprobara prohibir los toros, una proposición de ley para declarar la fiesta nacional bien de interés cultural y turístico. Además atacaron a los catalanes de hipócritas en razón de que bajo capa de presentarse como defensores de los animales lo único que les importaba era el prohibir los toros por ser un símbolo de España.

Poco tiempo después, la presidenta del partido Unión del Pueblo Navarro (UPN), Yolanda Barcina, entró en la dinámica identitaria respecto a los toros al afirmar el jueves 12 de agosto de 2010 que «todo aquel que no defienda la tradición taurina de Navarra no defiende verdaderamente nuestra tierra».

En la identidad vasca se da una profunda paradoja. Por una parte, según el artículo 7º del Estatuto Vasco de 1979, «tendrán la condición política de vascos quienes tengan la vecindad administrativa, de acuerdo con las Leyes Generales del Estado, en cualquiera de los municipios integrados en el territorio de la Comunidad Autónoma Vasca». A esto se añade la exclusión explícita (Zapatero y Patxi López) formulada por los socialistas, que los vascos no forman un pueblo.

Por otra parte, Juan José Ibarretxe aseguraba en noviembre de este año tanto en la defensa de su tesis doctoral como en sus libros y conferencias que «lo local mueve el mundo y que el futuro es la identidad». A su juicio, la identidad nacional «es un elemento fundamental para crear el desarrollo humano sostenible». Finalmente el ex lehendakari ha defendido que Euskadi debe «profundizar en la identidad nacional» y no sólo adquirir más competencias, como ha logrado recientemente su partido, el PNV, gracias al pacto presupuestario con el PSOE.

También se ha suscitado la pregunta sobre la identidad española. Citemos algunas respuestas aparecidas en los periódicos, como la de Manuel Ureña, Pastor arzobispo de Zaragoza, la del dramaturgo Albert Boadella o el escritor Luis Goytisolo, que dice: «Ser español, para mí, significa pertenecer a un país en cuyo idioma me siento cómodo. Un país cuya realidad presente me hace sentir incómodo hasta el punto de que sería para mí un sosiego vivir en otro. Un país del que me irritan los elogios cerriles tipo `España no hay más que una'. Irritación similar y contrapuesta a la que suscitan en mí la incomprensión y los ataques injustos a determinados aspectos de su pasado».

De todas estas tomas de postura se concluye que hay dos grandes corrientes políticas que se discuten la supervivencia de sus identidades ante la oleada de la emigración. En caso del exilio interior el grupo étnico minoritario estará en esta situación hasta que, como afirma Michael Waltzer, le llegue el turno de ejercer el derecho de la secesión, ya sea en el caso de emancipación de una colonia, ya sea como rechazo de una dominación extranjera o cuando al grupo étnico minoritario se le niegue de forma sistemática su autogobierno dentro del estado del que forma parte.

Para evitar prolongar el exilio interior de los pueblos de España, debería intervenir y arbitrar la comunidad internacional la convivencia de los grupos étnicos mayoritarios y minoritarios dentro del Estado español. La Constitución de 1978 no puede ser el punto de partida para la solución del entendimiento de los pueblos y las nacionalidades. Necesitamos una tercera transición. Y lo último sería aceptar lo afirmado por Carme Chacón y Felipe González de que se da una compatibilidad de identidades sin considerarlas excluyentes entre sí, dando la razón al Tribunal Constitucional cuando afirma que la «ciudadanía catalana es una especie de subgénero de la ciudadanía española».

Ante la alternativa suscitada en los últimos lustros entre el pluriculturalismo y el asimilacionismo, la mayoría de los pueblos europeos se inclinan por el respeto de los derechos ciudadanos admitiendo, sin embargo, la obligación que tienen los exilados e inmigrantes del conocimiento de la lengua nacional y el de aceptar los valores de la propia civilización trasnsmitidos por la obligatoria educación.

Pero, llegando al tema de la identidad europea, ciertamente que debe imponerse el multiculturalismo, pero al no existir una lengua común europea, habrá que potenciar la identidad en la asimilación de los valores y virtudes cívicas de la propia civilización, transmitidos por la educación obligatoria. Estos referentes son la convivencia pacífica y democrática, el imperio de la ley, la búsqueda comunitaria del bien común, el respeto de los derechos individuales, la supresión de la tortura y del terrorismo de estado al estilo GAL, la eliminación de las masacres desde los aviones no tripulados, el destierro de los tribunales politizados por la elección de sus miembros por intereses partidistas, la sanación jurídica ante las detenciones legales y los juicios a sospechosos de aplicación de tortura y, finalmente, la implantación del multilateralismo, el multiculturalismo y el multilingüismo.

Por su parte la identidad europea necesita la inminente creación de instituciones europeas (ejército, representación diplomática, coordinación de la ayuda al desarrollo, una promoción única de la ecología global y de una economía sostenible, un ministerio de coordinación y gobernanza de las religiones). Pero la instauración de todas estas nuevas instituciones europeas necesita de una participación democrática general efectiva (autóctonos e inmigrantes).

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