El monstruo televisivo, especialmente en etapas de frambuesa, praliné y buenas intenciones, debe buscar historias emotivas, redencionistas. Por eso, además de los tópicos reportajes sobre la llegada de los Reyes Magos, de las imágenes de niños abriendo paquetes con regalos y juguetes, se nos ha colado Ted Williams, que en pocas semanas ha pasado de ser un habitante de las calles de su ciudad a convertirse en un personaje público que concita el interés de los medios y que lo transforman en un icono. Dicen que gracias a su «voz de oro».

Y es que realmente la voz de este hombre es inconmensurable, rica, plena de matices, profunda, atronadora, un portento que parece que sus años de calle y adicciones no han logrado aniquilar, ni siquiera amortiguar. De la calle a ser el speaker de un equipo de baloncesto, y de ahí a ocupar los programas de todas las televisiones porque su camino simboliza una idea de que, en esas sociedades tan opulentas y religiosas, existe siempre una segunda oportunidad. Y que si acabó en la calle, el quitarse de sus dependencias ha tenido un premio y, como él mismo aseguró, «ahora podré recuperar a mis nueve hijos». O sea, Ted tiene una voz de oro y una pulsión procreativa fuera de lo normal, lo que le convierte en un ejemplo de oro para los más fundamentalistas antiabortistas.

Al ver la noche del jueves el publirreportaje que Intereconomía le dedicó a Francisco Álvarez Cascos, no es difícil hacer comparaciones, aunque no sabemos exactamente qué es lo que tiene de oro el que fue tanto y tuvo tanto poder en los gobiernos de Aznar. Pero su cara tan troquelada, con esa nariz de boxeador, su cicatriz en la frente, su tono, su actitud y el especial compadreo o compincheo con los habituales tertulianos de ese lugar de la caverna mediática no sabemos cómo descifrarlo con exactitud. La casi hora de reiteraciones y defensas no aclara si se trata de otra muestra de resurrección social y política o de un simple ejercicio de entretenimiento y despiste. Lo único que se puede asegurar es que busca un lugar bajo el sol de la inmunidad, un sillón, poder, aunque sea periférico, y que no parece muy amigo de la actual directiva pepera. O sí.