La petición de asilo político de Hamad, Abdalá y otros compatriotas saharauis ha res- catado del olvido mediático el desalojo del campamento protesta de Gdeim Izik, en El Aaiún.

Llegaron hace una semana a Fuerteventura a bordo de una patera. Ambos desempeñaron un papel activo en el campamento. Tras su desmantelamiento el pasado 8 de noviembre, huyeron al desierto, donde permanecieron escondidos alimentándose principalmente de leche de cabra. Después de varios intentos, han logrado llegar a las costas canarias. El resto de sus compañeros ha sido detenido, pero ellos nuevamente han conseguido escapar aunque, de momento, deban seguir escondidos. Piden no regresar al El Aaiún por miedo a las represalias y porque «allí la situación es dramática». Denuncian el encarcelamiento de más de 300 personas y que muchas continúan en el desierto.

No es la primera vez que ciudadanos saharauis se suben a una zodiac en busca de asilo. Los primeros en llegar a Canarias lo hicieron en 1994 enarbolando una bandera del Frente Polisario. Hamad y Abdalá auguran más pateras como la suya porque, según afirman, Marruecos quiere expandir el miedo para evitar nuevas protestas.

Gdeim Izik y la posterior oleada represiva volvieron a situar en primer plano el conflicto saharaui y las aspiraciones de este pueblo. Durante días los testimonios de torturas, de desapariciones, de enterramientos clandestinos, de palizas, de registros indiscriminados... centraron gran parte de la actualidad, generando no pocas protestas ciudadanas.

La gravedad de estas denuncias exige tanto a los actores involucrados como a la comunidad internacional una investigación en profundidad y la creación de una comisión de la verdad que localice las fosas comunes y, en tal caso, proceda a su exhumación, que indague sobre el paradero de los desaparecidos, que ponga nombre y apellido a los fallecidos, que identifique a los represores. Gdeim Izik no debería quedar en meras denuncias y en titulares esporádicos.