Hay películas tan limpias y transparentes que no pueden ser objeto de manipulación ideológica por parte de quienes siempre quieren pescar en río revuelto. “De dioses y hombres” trata unos acontecimientos recientes enclavados dentro del conflicto político entre la sociedad occidental y el mundo árabe, pero lo hace con la suficiente determinación y claridad de ideas como para no servir de carnaza a la nueva cruzada cristiana contra el islam. Xavier Beauvois remarca a conciencia el hecho vital de que los monjes cistercienses de Tibhirine no eran misioneros, no hacían proselitismo católico en el Norte de África, ni eran ninguna prolongación del colonialismo francés en Argelia. Cuando un funcionario de la administración local les recuerda este último asunto, la cara de los monjes refleja la santidad de quienes no terminan de entender los intereses terrenales, entregados como estaban en cuerpo y alma a la meditación y el humilde trabajo diario integrado en la comunidad musulmana. El hermano médico que sale del monasterio para atender a los enfermos en el dispensario del pueblo no hace distinciones entre los pacientes y no tiene problema en curar a los mujaidines heridos en los enfrentamientos con el ejército.

Xavier Beauvois tampoco juega al victimismo o al martirologio, aprovechando el generoso metraje para profundizar en las razones que llevan a los protagonistas a aceptar con resignación el destino que les aguarda, conocido por un espectador que hace con ellos el viaje hacia una muerte anunciada. La lección a sacar de tan reveladora experiencia es la de la fuerza de la hermandad conventual, en cuanto valioso ejemplo de solidaridad interna. El proceso narrativo avanza desde las dudas iniciales y debilidades humanas asociadas al miedo instintivo hacia un desenlace en forma de catarsis colectiva, culminado por la escena de la última cena a los sones de Tchaikovsky, en la que los frailes se reafirman en sus creencias a través del amor que se procesan los unos a los otros.