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CRÓNICA | revolución de jazmín en túnez

Pese a la revuelta, en Sidi Bouzid mueren de pobreza

El deshonroso presidente Ben Ali ha huido de Túnez, pero la cólera que provocó la «Revolución de jazmín» sigue en los corazones de los habitantes de Sidi Bouzid, una ciudad marcada por la pobreza y donde comenzó el levantamiento popular hace más de un mes.

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Dario THUBURN I

«El régimen se ha apropiado de todo y nos ha dejado en la miseria. No tenemos derecho a vivir como todo el mundo», acusa Yusfi, de 42 años, albañil, mientras marcha en Sidi Bouzid, rodeado de cientos de personas.

«Queremos igualdad», grita un manifestante, mientras que otro, vestido a la manera tradicional, denuncia que «aquí nos morimos de pobres».

Sidi Bouzid, una pequeña ciudad pedregosa en medio de una región de olivos y almendros, en el centro de Túnez, es uno de los principales focos del levantamiento que ha derrocado el régimen de Zine El-Abidine ben Ali. Tras 23 años en el poder, el presidente huyó el 14 de enero a Arabia Saudí, tras la primera revolución popular en el mundo árabe.

Fue allí donde el 17 de diciembre un joven vendedor de frutas, Mohammed Bouazizi, se inmoló prendiéndose fuego tras la enésima humillación policial, marcando el inicio de la denominada «Revolución de jazmín».

«Estábamos hartos. No somos terroristas, sino pacifistas que sólo reclamamos igualdad. Vamos a seguir con la revolución», promete Mohammed Dali, de 58 años, trabajador temporal, mientras decenas de soldados patrullan la zona en vehículos blindados.

«Estamos todos dispuestos a sacrificarnos y a convertirnos en mártires», proclama una pancarta, mientras que otra señala «No al terrorismo de Estado, sí a la liberación de los presos políticos».

«Fuera la RCD», corean los manifestantes, en referencia a la Agrupación Constitucional Democrática, el antiguo partido en el poder, del que han salido los ministros que ocupan los puestos clave en el Gobierno de transición que se formó el lunes, provocando la cólera en las calles tunecinas.

Política y economía

Más allá de las cuestiones políticas, en esta miserable ciudad de varias decenas de miles de habitantes, lo que verdaderamente preocupa son las cuestiones sociales y económicas.

«La mayoría de la gente de aquí está en el paro», cuenta Zyad Al-Gharbi, de 27 años, que recuerda con emoción a su amigo Mohammed Bouazizi.

«La Policía nos acosa para no dejarnos vender nuestros productos. ¿Por qué? ¿Por qué no nos dejan en paz para que podamos ganarnos la vida?», pregunta un joven que vende frutas.

Para él, como para sus numerosos colegas, no hay ninguna duda de que Mohammed Bouazizi fue víctima de un sistema de corrupción generalizada.

«Es una tragedia, ha sido víctima de los poderosos que nos explotan. Y siempre son los pobres quienes tienen que pagar», lamenta cerca de la mezquita un vendedor de naranjas.

Las autoridades locales han cambiado el nombre de la Plaza del 7 de Noviembre (fecha en la que Ben Ali derrocó a su predecesor Habib Bourguiba en 1987) por el de Plaza Mohammed Bouazizi, donde se ha erigido un monumento en su memoria con una foto del nuevo héroe nacional.

El lugar sirve de punto de encuentro habitual para todos los descontentos de la ciudad.

«Estamos destrozados por la pobreza. Lo primero que los jóvenes de aquí necesitan es trabajo. Queremos una verdadera democracia, un país que sea europeo y no norteafricano», demanda Abassi Toufik, de 47 años, delante de decenas de jóvenes que visten chaquetas de cuero y viseras.

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