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Iñaki Gil de San Vicente Pensador marxista

Reflexiones sobre tres huelgas generales

Estamos a punto de realizar la tercera huelga general contra las brutales medidas impuestas por el PSOE para salvar el capitalismo español. La primera fue la del 21 de mayo de 2009, la segunda la del 29 de junio de 2010 y haremos la tercera este 27 de enero de 2011. Disponemos ya de suficiente experiencia práctica y debate teórico como para avanzar tres reflexiones.

La primera es que si bien las huelgas se han organizado en primera instancia como huelgas defensivas ante la ferocidad implacable de la patronal y de su gobierno, ahora, con el tiempo transcurrido no sólo desde mayo de 2009 sino incluso desde antes, desde emergió la crisis devastadora en septiembre de 2007, podemos constatar que avanzamos en la praxis socialista, lentamente, pero avanzamos.

Recordemos que en 2007 la mayoría social no se percató de los temblores sísmicos del capitalismo; que todavía en 2008 había gente de izquierdas que negaba o minimizaba la gravedad de la crisis, y que en 2009 la visión era abrumadoramente defensiva. Es cierto que todavía hoy esta visión defensista sigue existiendo. Es cierto que es necesario y vital defender los pocos derechos sociales, laborales y sindicales que todavía no han sido purgados.

Toda lucha en defensa de los derechos obreros y populares sirve para medir la autoconfianza, conciencia y dignidad del pueblo, y por ello el contenido defensivo no debe desaparecer nunca porque es la retaguardia segura y la reserva estratégica que sirven en su momento para organizar el contraataque. No se puede retroceder nunca más allá de lo conquistado anteriormente con grandes sacrificios.

Que la mentalidad defensista, basada en la lucha estrictamente económico-sindical por los derechos amenazados, va adquiriendo poco a poco contenido ofensivo se comprueba viendo cómo crecientes sectores intuyen o saben que no estamos ante una «grave crisis económica», sino ante la fusión de tres crisis: la económica, la energética y ecológica, y la política, y estas dos últimas tienen esenciales contenidos económicos ya innegables.

Más de tres años después de septiembre de 2007, es el Estado español mismo en cuanto marco material y simbólico de la acumulación de capital, el que está en crisis: no se trata sólo del desastre del ladrillo y de la burbuja financiera, que también, sino fundamentalmente del retroceso imparable del capitalismo español en la jerarquía imperialista mundial. Para el bloque de clases dominante se trata no sólo de «salvar la economía», como creía en 2007, sino de «salvar España» a costa de aplastar a las clases trabajadoras y a las naciones que oprime, y de obedecer fielmente las órdenes imperialistas. Desde esta visión, la tercera huelga general que vamos a hacer adquiere un significado mucho más profundo porque, tal vez sin darse plena cuenta de ello, pone el dedo en la llaga: ¿de quién es Euskal Herria, de su pueblo trabajador o del capital español?

La segunda reflexión trata precisamente sobre el concepto de pueblo trabajador. Durante los años de euforia neoliberal una mezcla de verborrea academicista, demagogia reaccionaria, y genuflexiones de ultraizquierdistas arrepentidos lograron «demostrar» la extinción de la lucha de clases, el aburguesamiento del proletariado, el triunfo de las clases medias y la milagrosa transustanciación del capitalismo en «sistema global» desmaterializado en su base productiva y dirigido por la «economía de la inteligencia», por la «inteligencia productiva», etc.

Retrocedemos así hasta más allá del socialismo utópico para caer en las utopías reaccionarias platónicas de los «filósofos rectores» y agustinianas de los «sabios» que dirigen la «colmena».

En aquellos años el dinero barato, los préstamos a muy bajo interés, el endeudamiento a largo plazo, hicieron creer a muchas personas asalariadas que habían «ascendido socialmente» a las famosas «clases medias», «nuevos empresarios», «autoempleados», «profesiones liberales». Aunque los indicios de que la realidad iba por otro lado eran ya abrumadores a comienzos del siglo XXI, el idealismo y la alienación aplastaban al pensamiento crítico, de modo que mientras la lucha de liberación nacional obligaba al Estado español a multiplicar las represiones hasta imponer el golpe legal que dio el minipoder vascongado al ilegítimo Patxi López, mientras tanto, la ideología y la sociología burguesas mantenían la ficción de la armonía social.

La realidad es tozuda, decía Lenin. Métodos empresariales para maximizar beneficios como la ofimática, la ergonomía, la informática y robótica, la sociología del trabajo, la producción flexible y el toyotismo, la producción en red, la financiarización, etc., debilitan al extremo a las idiotizadas «clases medias» y empobrecen a las clases abiertamente asalariadas. La ficción se esfuma para reaparecer la objetiva e innegable esclavitud asalariada: malvivimos gracias al salario que nos da la burguesía, y sin ese salario caemos en el vagabundeo.

La Euskal Herria que va a hacer la tercera huelga general es más consciente de esta realidad hoy que en 2009 y mucho más que en 2007. El concepto de pueblo trabajador aparece en el socialismo utópico, el socialismo marxista, las cuatro internacionales, las guerras revolucionarias de liberación nacional antiimperialista, y en ETA: integra a todas las capas y fracciones asalariadas aunque no produzcan valor, sean del sector de servicios y de circulación, e incluso no siendo asalariadas malviven del salario familiar, o del salario indirecto, social o diferido, etc.

El pueblo trabajador está vertebrado por las fracciones de la clase obrera que producen valor y que son decisivas para la acumulación de capital. La oleada de lucha de clases que asciende ahora en todo el capitalismo imperialista muestra el enorme poder potencial concentrado en determinadas industrias y áreas productivas, capaces de paralizar la economía capitalista con sus movilizaciones.

En nuestro capitalismo, como en el del siglo XIX, el empobrecimiento está sacando a la luz el dramatismo, cuando no la tragedia, de estas y otras franjas de la fuerza de trabajo que, en muy poco tiempo, se han estrellado contra el suelo de la miseria social.

La tercera y última reflexión surge de la actualidad del clásico debate sobre la interacción entre espontaneidad y organización, clase y partido, pueblo y vanguardia. Recordemos que las tres huelgas generales han empezado a realizarse después de una oleada represiva neofascista endurecida a mediados de los años 90, sobre las bases introducidas por el PSOE a comienzos de los años 80 con el Plan ZEN, con intensificaciones y extensiones posteriores como la de 2003, y así hasta el presente.

En este contexto cada día más restrictivo e intimidador, colectivos y organizaciones sociales, sindicales, populares y políticas vascas han asumido los riesgos represivos, detenciones, torturas, cárceles, exilios, clandestinidad, etc., para ayudar a la autoorganización del pueblo trabajador desde su interior, en sus bases amplias y selectas.

Sin esta militancia cotidiana, diaria, paciente y efectiva no se hubieran realizado estas huelgas y otras muchas luchas sindicales, culturales, políticas. Y el mérito es tanto más loable cuanto que somos conscientes del retroceso habido en la formación teórica de la mayoría de esta militancia. Existe retroceso teórico cuando el pensamiento no puede explicar las innovaciones realizadas por la explotación capitalista.

Sin embargo, gracias a la enorme fuerza política, cultural y ético-moral acumulada por la izquierda abertzale, y pese al retroceso teórico, su amplia, variada y multifacética militancia pudo responder tan rápidamente organizando la primera huelga general en 2009. Al poco tiempo de realizada la huelga general de enero de 2011, deberemos someter al criterio de la práctica lo arriba escrito, para ver en qué ha envejecido y qué debemos aprender y mejorar.

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