Duele cortar. Duele abandonar a su suerte una frase a la que la siguiente le otorgue una explicación, que aporte precisión a la idea que deseamos transmitir. Lo mismo sucede con las imágenes y con los directores de cine noveles, y con los que no lo son tanto. El miedo a no ser entendidos, a que el mensaje, la idea o «la sensación» no sea comprendida. Suele provocar efectos poco deseados, nada favorables al resultado final. A las que escribimos nos sucede algo similar. Recuerdo el caso de un amigo. Tenía una historia preciosa para su primer cortometraje, además de ganas y muchísima gente entusiasmada con el proyecto y encantada de echarle una mano. El guión era la adaptación de un cuento de otro buen amigo, uno de sus mejores relatos. Tras rodar la película y conseguir unos resultados que apuntaban maneras, llegó la hora del montaje, la selección de las imágenes y la necesidad de crear un mensaje coherente. El montaje es uno de los estadios finales de la película. Hay quien afirma que es precisamente esta etapa la que convierte a una película en eso, en una película. Sea como fuere o como cada uno quiera, resulta que, a veces, a pesar de que hayamos terminado la edición, puede existir la sensación de que la historia, la esencia de lo que queremos contar, no queda clara y eso produce inseguridades. Mi amigo decidió añadir una voz over (la voz de un narrador). El resultado, a pesar de las maravillosas palabras, leídas además con una voz de esas que embriagan, era redundante. Las imágenes de la película hablaban por sí solas y no necesitaban explicación ni «acompañamiento» alguno; sobraban. Y las eliminó.
No puedo decir lo mismo de una interesante película que pude ver hace unos cuantos años en el Festival de Cine de Gijón y que fue premiada en el Festival de Cine de Venecia. El largometraje se llamaba «Noites», de Claudia Tomaz, una cinta que dura como la vida misma y que, según los mentideros del cine, arrastró a la realizadora portuguesa más allá de lo necesario para interpretar su papel de yonki. Me pareció una película fuera de lo común, extraordinaria para ser una ópera prima. Sólo tenía una pega: llegado un momento del desarrollo del guión, daba la sensación de que la directora necesitaba dar explicaciones de lo contado mediante alguno de los diálogos entre los protagonistas. Las conversaciones parecían forzadas, redundantes, innecesarias. Una pena. A veces las inseguridades son traicioneras, acaban por desviarnos del camino.