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La pasión extrema de una joven y frágil novicia

«Thérèse»

25 largos años ha tardado en estrenarse en el Estado la obra maestra de Alain Cavalier, que en su momento ganó el Gran Premio del Jurado de Cannes y seis César franceses. Se inspiró en la vida de Santa Teresa de Lisieux, una joven de salud frágil que no resisitió los rigores conventuales de la orden del Carmelo, aceptando su destino llevada por una pasión extrema.

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Mikel INSAUSTI | DONOSTIA

Uno no sabe si llorar de impotencia o reír de alegría al conocer la noticia del estreno, con veinticinco años de retraso, de la obra maestra de Alain Cavalier. Habría que saber lo que opina este cineasta octogeranio, del que se dejaron de distribuir sus películas a este lado de la muga en cuanto se apartó del cine comercial por completo. Hay que recordar que dirigió a Romy Schneider en «Le combat dans l'ile», a Catherine Deneuve en «La chamade» y a Alain Delon en «L'insoumis». Pero eso fue a principios de los años 60, porque después se fue apartando del cine de ficción hasta desembocar en fórmulas no narrativas más relacionadas con el documental. El éxito internacional de «Thérèse», lejos de devolverle a un primer plano, le empujó hacia la experimentación. Su última etapa, culminada hace seis años con «Le filmeur», está dedicada a la reflexión sobre el oficio de filmar utilizando los recursos del vídeo doméstico, en colaboración con su hija, la actriz Camille De Casabianca.

Con ella escribió el guión de «Thérèse», inspirado en la lectura de «Historia de un alma», obra autobiográfica de Thérèse Martin, más conocida como Santa Teresa de Lisieux, donde describía su pequeña vida. La llamaba así al saber de la proximidad de su muerte, condenada por una tuberculosis que se la llevó de este mundo a los 24 años.

El culto actual al arte minimalista revaloriza «Thérèse», película concebida como una sucesión de estampas religiosas, con las monjas carmelitas y sus ascéticos hábitos iluminados sobre fondos oscuros casi teatrales. Basta que Alain Cavalier sea un agnóstico convencido para que se deje cautivar, como le ocurría a Buñuel, por toda la liturgia y ceremonias como la de los votos, recreadas mediante una coreografía de extrema sencillez y rara belleza.

Principios austeros que emanan de la propia personalidad de la de Lisieux, una burguesa de finales del siglo XIX que renunció a cualquier privilegio para encerrarse en un convento del Carmelo, pese a que no la quisieron admitir por su delicada salud. Por supuesto, no pudo soportar los rigores de la clausura, aceptando su trágico destino llevada por una pasión sobrehumana.

 
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