En los últimos días me ha tocado asistir, desgraciadamente, a dos actos cívicos como despedida de una eibarresa y un eibarrés fallecidos, celebrados en el auditorio de Txaltxa Zelai. Se trataba, en ambos casos, de dos militantes socialistas. Las ceremonias fueron dirigidas por un concejal y el alcalde de la ciudad respectivamente.

Entre la asistencia, numerosa, me pude fijar en muchas caras de conocidos ciudadanos que podrían ocupar todo el espectro político actual, desde la derecha a la izquierda, y en sus dos vertientes, estatal y nacionalista.

En los dos actos, como final de los mismos, se puso una versión de «La Internacional». Muy pocos la acompañaban cantando; algunos más la susurraban; la mayoría se limitaba a escucharla pero, eso sí, todos, todos, permanecían en una actitud de respeto absoluto hacia lo que el difunto, su familia o ambos habían decidido y escogido para el adiós postrero.

Coincidiendo prácticamente en el tiempo, en la parroquia de San Andrés se celebraron otros funerales. Llegado el momento de Difuntos, el oficiante, como en otras ocasiones, incluyó en el recuerdo y plegarias a quienes eran objeto de despedida en el acto cívico.

Estas cosas ocurren en Eibar. Nuestra ciudad siempre ha sido considerada como liberal en sus costumbres y comportamientos. Siempre políticamente comprometida, desde muchos años atrás, le ha tocado sufrir, por ello mismo, los efectos de dicho compromiso.

Todo ello, no hay duda, ha generado una cultura, un poso, un talante que hoy podemos considerar patrimonio de la ciudad.

No sé si seríamos capaces de «exportar» este patrimonio. Deberíamos intentar hacerlo hacia todos lados y hacia todos. De conseguirlo, otro gallo nos cantaría.