El atractivo de «Red» reside en su multiestelar reparto de viejas glorias, con la novedad que supone verles en una cinta de acción inspirada en un cómic. Al frente del mismo aparece Bruce Willis, que vuelve al tipo de héroe violento que le hizo famoso con la saga «La jungla de cristal». En la historieta gráfica original creada por Warren Ellis es un héroe solitario, pero los productores han querido rodearle de otros colegas de su edad para formar un, nunca mejor dicho, experimentado equipo.

El argumento, escrito por los hermanos Hoeber, presenta al protagónico Frank Moses como un agente de la CIA retirado, al que ahora quieren eliminar definitivamente. Al verse acosado, contactará con sus antiguos compañeros de operaciones encubiertas, que también están implicados en un caso que tuvo lugar en Guatemala.

En cierto modo se mantiene la crítica al sistema lanzada originalmente por Warren Ellis, trasladando al mundo del espionaje la falta de respeto a los empleados maduros que son sustituidos por jóvenes expertos en nuevas tecnologías, pero ha sido convenientemente suavizada mediante un tono de comedia espectacular para todos los públicos. Se elimina así el agresivo humor negro del cómic y se consigue que la película sea autorizada para menores.

No se podía esperar otra cosa de una realización que corre a cargo del alemán Robert Schwentke, cuya trayectoria en Hollywood no puede ser más acomodaticia con productos tan mediocres como «Plan de vuelo», que es lo peor que ha protoagonizado Jodie Foster.

Schwentke no sabe darle a «Red» el aire paródico y crepuscular que la historia aconsejaba, decantándose por una dinámica superficialmente tebeística, igual a la de esas campañas publicitarias en la que los jubilados hacen cosas increíbles gracias a los efectos especiales. Bruce Willis, Helen Mirren, Morgan Freeman y John Malkovich manejan armamento pesado con una puntería imposible para su edad y estado físico, del mismo modo que salen ilesos de los accidentes a los que no sobreviviría ningún ciudadano de a pie. Claro que, al lado del eterno Ernest Borgnine, parecen unos críos que se lo pasan en grande con sus juguetes.