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Rafa Berrio cantante y compositor

«Es un disco solemne en grado sumo. Existencialista, con gotas de humor»

Rafael Berrio fue parte de la movida donostiarra de primeros de los ochenta con U.H.F., movimiento conocido como Donosti Sound. Después llegaron Amor A Traición y Deriva, y su apuesta en solitario que concluye, de momento, en «1971», uno de los mejores discos del año pasado.

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Son muchos años los que han transcurrido frente a mi mirada. He visto fracasos merecidos, y otros no homologados. Me han dolido éxitos y crispado derrotas, demasiadas. Rafa Berrio no es un fracasado ni un perdedor, no al menos con su discografía y lo que hasta el momento deja en el albergue del tiempo pero, la tibia repercusión de su trabajo artístico, aún pellizca con dolor un corazón con tantas cicatrices que no deja piel a la vista.

En el 81 fue parte de U.H.F., un grupo juvenil emparentado con la pujante movida madrileña, aunque aquí al movimiento nueva olero se le llamó Donosti Sound. Berrio pujó años después con Amor A Traición y Deriva, siempre defendiendo su propuesta con buenas canciones y notables letras. Muchos le teníamos como nuestro Lou Reed vasco.

Treinta años después del debut llega «1971», uno de los mejores discos, por composición, textos, interpretación y arreglos de 2010, pero no sólo de EH, sino de aquí y de allá, de éstos y los otros mares. «1971» es espectacular, refulgente y curioso. Me siento incapaz de centrarlo para conseguir que suene en estas páginas. Lo escucho, y cada letra, cada palabra, cada arreglo, me arrebata cualquier intento de concentración más allá del puro edonismo de la escucha.

Se me ocurre que no es un disco juvenil, salvo que el oyente júnior tenga sensibilidad y una educación musical fuera de lo habitual. Sin embargo, es un gran disco para adultos de diez a ochenta años. Oyentes que disfrutan con el valor desnudo de la canción, el talento compositivo, las letras literarias y los arreglos de cuerda, donde Joserra Senperena ha construido unos arreglos orquestales, y piano, descomunales.

Es actual, pero suena a los setenta. Como si cruzara a Luis Eduardo Aute con Javier Krahe, como si en «Cómo iba yo a saber» percibiera los arreglos de una canción de Mocedades. Pero sigo viendo a un posible Lou Reed o a un más actual y melancólico Stuart Ashton Staples (Tindersticks). En cualquier caso, todos y cada uno de ellos se pegarían por «1971», literatura musical narrada por una voz de corte metálico, con buenos graves y medios, profunda, de limpio pulmón y trémolo singular.

En esto no está usted por el dinero; creo que tampoco por ser famoso. ¿Qué le queda?
Por el dinero no. La música nunca me ha dado para comer, todo lo más para la merienda. La fama es un objeto atrayente, pero ya se entiende que dañino. Estoy en este oficio porque escribir bellas canciones es una labor noble y elevada que causa muchas satisfacciones a quien las crea y a quien las escucha.

Los textos van más allá de lo que exige el rock, ¿por qué no ha probado en otros géneros?
Nunca se me ha pasado por la mente ir más allá de mi mera labor como letrista de canciones. Si me preguntan, si me considero poeta, digo enfadado que no. Las letras de las canciones requieren de un arte menor muy diferente del de la poesía con mayúscula. En el rock, o en la música popular, hay muchos ejemplos de canciones con una sola frase afortunada, que llamamos estribillo. O bien un par de versos incoherentes dichos con pellizco. Son sólo arte menor, pero nos gusta.

Lleva muchos años intentando dar un paso más y otro más, pero nunca son los suficientes... ¿Qué sentimiento le queda?

Que la vida es un soplo, como el tango dice. La sensación de que es lo mismo crear obra que abstenerse. Muchas dudas y contrasentidos. Pero aún tengo la ambición secreta de escribir la canción perfecta, la canción memorable. Por eso cada disco es una enmienda del anterior, un nuevo intento corregido, y me temo que esto no tiene fin.

Escribe quintetos en el que rima primera con cuarta y quinta, segunda con tercera. Un lujo.
Es el juego de hacer versos que decía Gil de Biedma, que no es un juego, precisamente. Soy un maniático con mis letras. Cuento las sílabas, me esfuerzo en rimar con pulcritud, elijo siempre el camino más difícil, y no me paso ni una.

Habla mucho de la vida, de cierto desencanto...

Será la crisis de los 40, que se me ha quedado como un padecimiento crónico. Sospecho que esto es incurable ya.

Usted era el Lou Reed de EH. ¿Qué ha pasado para que reaparezca con un disco donde predominan los arreglos de cuerda?

Bueno... eso de Lou Reed se me ha quedado muy atrás. Son pecados de juventud. Uno va dando bandazos cuando se es un crío, como yo lo fui durante los ochenta. Pero el Huerto cerró, el Groovy cerró, Poch ha muerto, Túrmix ha muerto, el Rockola es hoy en día un gimnasio... Lo más natural es evolucionar, y yo ya soy un señor de 47 años. Si me adorno de instrumentos de cuerda, se me debe perdonar: es una pequeña vanidad de señor maduro.

La entradilla de «Cómo iba yo a saber» me remite a Eduardo Aute, que poco pinta en este disco. Bueno, es pintor...

Esa canción está llena de humor, es una humorada romántica. El escéptico incurable, el estoico que se redime a través del amor. Estoy haciendo un videoclip con ella. Julia Cristina Monge lo está filmando. Tuve que meterme entre las olas de la playa en pleno mes de octubre y vestido con gabardina.

¿Es un disco dramático?

Pues sí, es un disco dramático, desde luego. Con todo su artificio y su tramoya. Es un disco lapidario, solemne en grado sumo. Existencialista, con gotas de cierto humor. No es un disco, es el dictado de una cátedra.

Y un soberbio trabajo que posiblemente pase inadvertido por la escasa cultura popular. ¿Para qué está preparado usted?

Te agradezco la apreciación. Si el disco es bueno, ya saldrá adelante de algún modo.

 

«Soy de los que pueden vivir sin su guitarra»

Primero escribió todas las letras, después tomó la guitarra, y el círculo se cerró con los arreglos de Senperena. Un proceso no siempre lógico.

Hice «Harresilanda» en el 2005, y estuve posteriormente mucho tiempo sin escribir ni componer. Soy de los que pueden vivir sin su guitarra. Hacia 2008, las letras se fueron juntando poco a poco en el cuaderno. Bocetos, estribillos, amagos de estrofas. Un año más tarde, el cuaderno contenía ya unas 25 letras casi terminadas. En ese momento me encerré unas dos semanas en un caserío de Iparralde con la guitarra clásica. Se trataba de poner música a las letras escritas. Cuando tuve unas doce aceptables, grabadas en cintas de casete, se las hice llegar al maestro Joserra Senperena. Él hizo los arreglos de orquesta y diseñó la producción. En la primavera de 2010 grabamos el álbum en el estudio madrileño de Rosillo.

En un principio, cabía pensar en arreglos realizados con ordenador, ahora todo es posible y la austeridad viene impuesta.

Los arreglos y la dirección es obra de Joserra Senperena, el músico lindante con el rock de mayor talento que tenemos en este país. Senperena es un pianista virtuoso, multiinstrumentista, director de orquesta, compositor de una obra pianística admirable, y entiende el lenguaje rock, cosa muy importante, y muy rara en un músico de conservatorio y carrera. Los arreglos se realizaron a partir de programación con la Joven Orquesta Sierra de Aralar y el añadido de Philippa Skillman. Es un híbrido, digamos, entre sonido orgánico y sonido sample de gran calidad. P. C.

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