Huelga general: tras el impulso popular, ¿ahora qué?
El pueblo trabajador vasco volvió a reclamar masivamente la calle como escenario de reivindicación y confrontación de ideas y proyectos. El trabajo militante, de base, sector a sector, que han desarrollado miles de sindicalistas y activistas políticos se vio recompensado por un gran impulso popular. Y lo consiguieron en un contexto donde los responsables políticos del país se han dedicado a amenazar, a equiparar la huelga con la coacción y el delito, donde los medios -en el mejor de los casos- han querido instalar en el debate el fatalismo y lo inevitable del saqueo al sistema público o, directamente, la censura de unas revindicaciones tan sensatas y sentidas como sólidamente argumentadas. La huelga general, además de concitar un apoyo mayoritario en condiciones adversas, tuvo un impacto remarcable, retrató el divorcio entre la gran sociedad y la casta política dirigente, y simbolizó un potencial que, inteligentemente gestionado y socializado puede -y debe- aspirar a ocupar el carril central de la sociedad, con ambición y programa para liderar el país.
La gestión de la huelga general de ayer no debe enfocarse a la defensiva, sólo en parámetros de respuesta a una agresión por muy brutal que ésta sea, a la espera de reactivarla ante la siguiente agresión del capital y sus políticos en nómina. No se trata tanto de una carrera de obstáculos donde cada nuevo obstáculo sea entendido como el último, sino de una carrera de fondo, que requiere aceleración porque existen condiciones para ello. La respuesta a las medidas no debería eclipsar la necesaria referencialidad de un nuevo modelo de bienestar y prosperidad para el pueblo trabajador vasco, con capacidad de decisión e instrumentos fiscales y sociolaborales para la acción.
Ayer Euskal Herria volvió a demostrar que es un país en marcha, con conciencia y músculo popular suficiente para sostener una apuesta de cambio social que trascienda lo sindical y compacte mayorías en una nueva realidad. El sindicalismo debe explotar al máximo su capacidad de influencia política, multiplicar su utilidad social haciendo valer su capital militante, apostando por una alternativa política y social de amplia base popular y vocación de mayorías. Ayer se ganó la batalla en las calles. La siguiente es la de las urnas. Prepararse para esa batalla es un acto de responsabilidad.