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Raimundo Fitero

Piano de cola

Uno sospecha sistemáticamente, a modo de cinturón de seguridad, de todo cuanto aparece por el electrodoméstico esencial, sea en la sección que sea. Con una excepción: la ficción, que es lo más ajustado a su realidad que se emite. Es decir crean una realidad que la muestra en su coherencia y sin excesivos despistes, especialmente en la multitud de series de policías, abogados, forenses y etcétera, que, por otra parte, son una propaganda de un modelo de sociedad. Otro de los ámbitos en donde la mentira se convierte en verdadera es en la publicidad, la tosca o la sibilina, la de sopas o las de coches de alta gama, todas buscan crear en el imaginario un mundo que se concluye en una frase, una imagen, una marca.

Por eso, al ver en un piano de cola en un trozo de tierra rodeada de agua del mar por todas partes, en donde jamás la marea ha superado esa cota, en un espacio minúsculo, en tierras de La Florida americana, nos coloca ante una paradoja, ya que la unanimidad en la reproducción de esas imágenes, con un soporte literario en el que se insiste en que no se sabe cómo ha podido llegar hasta ese punto en el mar, pero que es tierra, que no es técnicamente una isla, sino un istmo, nos devuelve el espíritu de la sospecha. O al menos un estado de duda y resquemor. Es decir sin entregarse del todo, pero preocupado, alerta, mirando a los lados, por si acaso me están grabando.

¿Qué agencia ha puesto esas imágenes en circulación y con qué objetivo? ¿Significa algo esa situación tan paradójica? ¿Es el mensaje de un naufragio, de una desolación o de un desahucio? Preguntaría hasta si está afinado, pero me encuentro participando de algo que excede de mis consideraciones más primarias y que me excita ya que sé estar en una trampa. Para ser directo: ¿qué anuncia? Sí, estoy convencido que al final resultará que es uno de esos anuncios universales que buscan la participación global desde el principio y de manera oculta. Por lo tanto, como ya estamos prevenidos por otras promociones que acabaron dejándonos boquiabiertos, cuando nos expliquen si venden la playa, el afinador de pianos, un seguro o una tarjeta de crédito, diremos aquello de: «ya lo sabía yo».

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