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Antonio Alvarez-Solís Periodista

El estrago

Al hilo de las declaraciones de José Bono, presidente del Parlamento español, en las que afirmaba que el Estado de las autonomías fue un error que aún se puede corregir, el autor analiza las raíces del embrollo y plantea una solución en «otro horizonte». Defiende la necesidad de un partido republicano fuerte y «heredero de la conciencia regeneracionista que siempre tuvo la República en España», y la necesidad de un tránsito revolucionario «para pasar del no-ser otra vez al ser».

«Estrago: Daño hecho en guerra, como la destrucción de un país»

Y dice el Sr. Bono: «El café para todos -es decir, la creación del Estado de las Autonomías- fue una invención de los estrategas del momento. Fue una salida, pero probablemente no fue una solución. Fue un «error» que aún se puede corregir». Pero ¿fue sólo un error? ¿No estamos ante un estrago? Aclara el Sr. Bono que cuando acabó la dictadura el Ejército no estaba dispuesto a que la Constitución reconociera el derecho al autogobierno por parte del País Vasco y de Catalunya y que por tanto hubo que suavizar esta pretensión disolviéndola en el mar de las autonomías.

O sea, se procedió ante la posibilidad bélica de una sublevación mediante el frívolo diseño de un Estado absolutamente artificial. Repitamos ahora la frase del extraño Sr. Bono: «Un error que aún se puede corregir». Mas no insinúa siquiera cómo. ¿No estamos ante un estrago? Manejemos los datos fundamentales: se sale de Franco con una monarquía de origen franquista, se crea un Estado a sotavento de los militares, se trocea urgentemente en comunidades autónomas la vieja España compacta, se falsifica al mismo tiempo el problema histórico de Euskadi y Catalunya y se entrega todo clamorosamente revuelto a un socialismo que ha renunciado a su origen. En esto consiste el estrago que luego se profundiza con una dura represión del nacionalismo vasco y del catalán mientras las viejas regiones rompen a caminar con pies planos y se engendra un singular anarquismo institucional.

El embrollo es fenomenal. Pero el Sr. Bono resuelve el nudo gordiano con un tajo rotundo: esto tiene arreglo. Mas insistamos: ¿qué arreglo? ¿Una segunda transición a cargo del Partido Popular? Dudo que el Partido Popular conciba siquiera una posible autodeterminación de vascos y catalanes, epicentro del enredo. Y mi duda aumenta si se tiene en cuenta la nueva sociedad de castas de poder que se ha creado en las antiguas regiones mediante las autonomías inventadas en la Constitución de 1978. La calificación de «estrago» para todo esto parece razonable. Sí, debe haber una salida. Pero ¿a qué precio esta salida? De cualquier forma habrá que pagarlo. Habrá que decir a un país de mente simple como es España que la paz pasa por que Catalunya y Euskadi sean reconocidas como no-España. Ciertamente esto resolvería una guerra que ahora va de la llama al brasero y del brasero a la llama y permitiría la reunificación de la España genuina suprimiendo las ridículas fronteras autonómicas que hacen, por ejemplo, de La Mancha dos Manchas y de León un añadido doliente de Castilla. Lo eficaz parece ser esto.

Mas para trasponer tal frontera habrá que convencer a la guardia civil de que el duque de Ahumada no era un caballero aceptable por su visión del orden público y al Ejército de que su papel ya no está en la acción interior. Difícil convencimiento, pero puede encargarse de su logro a la Unión Europea de Alemania y a los Estados Unidos de Norteamérica. Todo es cuestión de un renovado mercadeo de minorías dirigentes. O de un simple apercibimiento para que no jueguen con los aparatos explosivos. Ahí está quizá y para España la única utilidad de la globalización. No sé si lo verá así el Sr. Bono, que ya no parece estimar posible, creo, como lo estima posible aún el Sr. Rubalcaba, cantar las cuarenta solamente con un rey y una sota de bastos. El juego exige las cartas ciertas. ¿Y se repartirán esas cartas?

Planteadas así las cosas hay que buscar la solución en otro horizonte. Hace falta que surja una organización política capaz de hacer la torta correspondiente sin volver a enharinar la masa ¿Un partido republicano fuerte y heredero de la conciencia regeneracionista que siempre tuvo la República en España? Creo firmemente que se trata de eso. Un partido republicano que nazca sin engastes de personalidades corruptas o sospechosas de corrupción; que aparezca limpio de herencias con mala raíz; que acepte el renovado horizonte de un protagonismo verdadero de las masas; que sepa que España ha de ser ajustada territorialmente a lo que verdaderamente es a fin de ganar calado ideológico, solidez intelectual y capacidad de autoafirmación sin necesidad del residuo colonialista.

L a actual ebullición política, producida en un caldero mucho más reducido de lo que creen quienes lo manejan, ha de aplacarse posiblemente ampliando el ámbito político a la calle. Y esta operación he de realizarse ofreciendo al colectivo de ciudadanos una implicación sugestiva, capaz de despertar a la calle para liberarla por un lado de su soslayo cansino y lograr, por otro, que la acción política sea inteligible y tenga una meta asumible en el término útil de una generación. No puede repetirse un día y otro la invitación a futuros borrosos y lejanos y pretender que el pueblo se embarque en esa nave desarbolada de toda satisfacción inmediata. La contemplación de gobernantes que únicamente tienen en su óptica cotidiana al adversario como ocupante del poder ha producido en la calle una fatiga infinita. En este momento en que el desastre económico prima sobre otras urgencias el ciudadano ve como se le ofrecen orillas que no figuran en su posibilidad vital; siente como la acción cultural se empobrece; constata como su posibilidad de bienestar es una pura facecia sin gracia alguna. De esta situación hay que salir por una calle repleta de esperanza, que atraiga a la masa, que anime el corazón abatido.

Sr. Bono: no se puede decir a la gente una y otra vez en qué consiste la equivocación sin añadir cómo ha de ser la enmienda. Posiblemente usted no se atreva a indicar caminos concretos para canalizar nuevos entusiasmos populares porque usted y los suyos no caben en esos caminos. Ustedes son agentes, queriéndolo o no, del gran fracaso que vive la sociedad española. Les repugnan las autonomías, pero las autonomías les han hecho dirigentes. Les encoge el naufragio económico, pero se negaron a confesar que estaba aconteciendo porque no tenían valor para declarar que el sistema ya no era posible y era ese sistema el factor indudable del quebranto. Les abate el desastre del Estado, pero no pueden corregir ese desastre porque están encerrados en un Reino cuyas raíces impiden esperar otro fruto. Ustedes no hacen otra cosa que arrepentirse todos los días, cubrir de falsa ceniza sus cabezas, pero no pueden desmontar del tigre que han cabalgado. No nos digan, pues, que hay futuros mejores porque necesitamos presente.

Gobernar es gobernar el hoy y preparar un mañana accesible y, sobre todo, inmediato, ya que a largo plazo, como decía lord Keynes, estaremos todos muertos. Quizá del planteamiento de esta exigencia deduzca algún lector temeroso que hablamos de crear un ambiente revolucionario. Pues sí. La revolución constituye ese tránsito necesario para pasar del no-ser otra vez al ser. Pero la revolución es siempre o casi siempre, si se sabe protagonizarla, un camino saludable que no tiene por qué teñirse con violencia innecesaria. En este sentido todo depende del contrarrevolucionario. La República siempre tuvo en España perfil revolucionario, pero no fue el origen de la sangre habida en torno a ella. Estas cosas son constatables simplemente con leer y meditar los documentos rigurosos de la época.

Si al futuro se le abre un camino claro la ciudadanía marcha por él como en una fiesta. Pero para que el camino sea claro es preciso aceptar el compromiso radical con la libertad y el saber apartarse a tiempo para que lo nuevo no se desborde por cauces indeseables. O sea, Sr. Bono, que hay enmienda al inmenso error del 78. Por ejemplo, usted ha de admitir que está siendo parte notable de ese error.

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