Xabier Silveira Bertsolari
Teoría de los seis planetas
Cuán enorme ha de ser la crisis para que ni espejos tengamos donde mirarnos, reflejarnos y reconocernos para deconstruirnos
Dábase Copérnico al pensamiento esférico del mundo que su cabeza era, cuando en ese rotar en sí mismo halló un espejo en su interior. Benditos sean los ojos, clamó al cielo el -entonces- joven Copérnico, Cúper para los amigos y colegas del rollo telescópico. Venditos sean los ojos, ¡puedo verme a mí mismo! ¡Y soy un sol! Así era él, un tanto impulsivo, también, y así pasó de sus paranoias heliocéntricas a la práctica del egocentrismo radical sin escatimar para ello esfuerzo alguno. ¡A vivir que son tres días! Dejó de dibujar dianas en el cielo de sus papeles, de dibujar círculos que se rodeaban unos a otros impidiendo el paso de todo ser ajeno a la obra y ala, a gozarla. Digamos que vivió su propio renacimiento.
Pero Copérnico, como verdadero creador de la más que ocurrente y recurrente lapidaria frase que dice con la iglesia hemos tomado, se puso tan ciego aquella noche (esto los historiadores no lo dicen, de ahí mi obligación para con el pueblo de informarle de ello), tan ciego se puso que empezó a escribir y a escribir y a la mañana siguiente no se le entendía nada. Ni él mismo se entendía el pobre hombre. Y ahí fue donde se lió la de Dios es Cristo, frase también mal atribuida a cualquier otro genio que no sea Nicolás Copérnico, Cúper, como lo llamaba su tío Lucas.
«De revolutionibus orbium coelestium» (Sobre las revoluciones de las esferas celestes) es el libro que Cúper quiso terminar -después de veinticinco años escribiéndolo- aquella noche, en la cual, breve pero precisa, escribió lo inteligible, con mala letra, sí, pero lo escribió. Y yo la tengo y me la sé, de memoria me la sé. Breve pero precisa: La teoría de los seis planetas.
Todo ser es una estrella y todas y cada una de ellas viven rodeada de seis planetas, no siendo obligatorio que lleven por nombre Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter y Saturno. ¿Lunas? Qué noches tan tranquilas cuando la luna es solamente una. Las estrellas -seres- eternamente viven y eternamente mueren, una vez, a menudo. Y ya está.
¿Y nos vienen contando que han hallado un nuevo sol? Cuán enorme ha de ser la crisis para que ni espejos tengamos donde mirarnos, reflejarnos y reconocernos para deconstruirnos y crear cada día un nuevo plato de autor. Para comer y ser comidos, placer a cambio de placer. Comer por comer. A conciencia y sin remordimientos. Porque hay millones de estrellas que se disfrazan de planeta creyendo así parecer estrella y no se dan cuenta de que sólo siendo quien son lo son.
De que el perseguirse a sí mismo significa ser estela de nuestra propia estrella. Que ser es, que no ser no es. Y tú, Cúper, ¿tú cuánto pones para la capa del cura? Yo mil, y si me dejan caparlo a mí, trescientos sesenta y cinco mil.
Copérnico era matemático, astrónomo, jurista, físico, clérigo católico, gobernador, administrador, líder militar, diplomático y economista. ¿A cuál de ellos vería cuando se miraba en el espejo?