GARA > Idatzia > Iritzia> Kolaborazioak

Oskar Bañuelos Periodista

Periodismo de verdad («versus»), periodismo de mierda

Nunca he tenido confianza en que las asociaciones de prensa se metiesen en esto de la defensa de la deontología profesional. Entre la ética y el interés, me da que esta gente siempre ha elegido -y con fruición- este último

Todavía recuerdo el día que firmé mi primera colaboración en «Egin»; tuve que esperar mucho aún para ver el primer artículo impreso. Los guardé -ambos- como oro en paño. ¡Qué tiempos! La mayoría de los que estábamos en la Universidad de Leioa en los primeros años ochenta queríamos comernos el mundo. Soñábamos con poder hacer, con poder ser o con poder vivir algún día de nuestra profesión. Casi nadie soñaba con sólo poder. Queríamos hacer lo que más nos gustaba y, además, cobrando. Sólo conozco que puedan aspirar a esto con razón los futbolistas, los artistas, algún médico y un par de curas y monjas. Buscábamos un periodismo más de ética que de estética. Más de vocación que de negocio. Un periodismo, en definitiva, de verdad.

Sin embargo -lo que es la memoria selectiva-, no recuerdo cuándo me caí del burro, ni cuándo vi la luz de la mezquindad reflejada en el rostro del periodismo. Supongo que fue cuando percibí que para la gran mayoría de la profesión, la vocación y la ética habían pasado a mejor vida y ya, resuelto el mal de conciencia, estaban cruzando alegremente el Rubicón para adentrarse en el lado oscuro. Creo que no sucedió un día concreto, sino que fue un proceso de pura dura degeneración.

Y hoy ya la metástasis ha llegado a todos los sitios. El todo vale se ha instalado en la profesión -con escasas excepciones- por mor de unas empresas que no ven más allá de su cuenta de resultados y de hacer caja. Hemos pasado de poner en cuarentena todo lo que venía del poder establecido a interiorizar que todo lo que parta de los gobiernos sea «palabrita de Niño Jesús». Y por si eso fuera poco, hemos evolucionado del periodismo ideológico en lo opinativo (siempre bienvenido) al periodismo de trinchera partidista en lo informativo.

En estos momentos, no ya la verdad, sino tan siquiera lo veraz es algo supeditado al interés por lo general espurio. Ahora lo que triunfa es posicionarse junto al señor de la subvención de turno y estar bien colocado en los aledaños del poder, cuando no instalarse en el poder mismo. Las empresas de los grandes mass media son como los mercados, no se presentan a las elecciones, pero mandar, mandan. Y, además, ayudan a mantener el corral recogido y a las gallinitas contentas. Desarrollan una labor impagable que siempre se cobra.

Ayer nos reíamos -con sano orgullo gremial, un poco transgresor, por estar en «lo políticamente incorrecto»- de esa frase que dice que «no le digas a mi madre que soy periodista; ella cree que toco el piano en un burdel». Hoy, en el caso de que supiese tocar el piano, que no es tal, y antes de estar en algunos medios prostituyéndome, preferiría el puticlub de toda la vida. Aunque sea tocando la zambomba o los platillos.

Viendo cómo los medios de comunicación se lanzan a por la foto guay del chaval con la cabeza abierta en una manifestación; cómo se vuelcan en poner en venta, sin ningún tipo de reparos a la versión oficial, que el supuesto suicidio de un anciano y la muerte de su esposa es un caso de violencia machista; o cómo se aprestan a manchar su mancheta con que la muerte de una mujer en accidente de coche es un asesinato de los de no dejar escapar para el negocio... poco más queda por añadir. «El periodismo es una maravillosa escuela de vida», decía hace años Alejo Carpentier antes de saber cómo ha acabado la cosa. Los escrúpulos y la vergüenza, también son cosas del pasado.

Nunca he tenido confianza -ni mucha ni poca- en que las asociaciones de prensa se metiesen en esto de la defensa de la deontología profesional, que están para cosas mucho más importantes y menos peregrinas (es una ironía, por si acaso). Entre la ética y el interés, me da que esta gente siempre ha elegido -y con fruición- este último. También reconozco que empiezo a perder la esperanza en la Universidad, en aquellos profesores y profesoras que nos enseñaron a amar esta profesión y a ser honestos, primero con nosotros mismos y luego con los demás.

Tampoco la crisis económica que sufrimos invita a heroismos personales -que en la cola del paro hace mucho frío-; por lo tanto, sólo nos queda confiar en que las chicas y chicos que vienen por detrás sepan recoger el testigo del periodismo de verdad y compromiso, aquél que un día, y tras un periodo de podredumbre, se perdió en el lado oscuro de la mezquindad para elevar a rango de verdad infinita la frase de Roger Wolfe: «Periodismo: lanza la mierda y lávate las manos».

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo