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Editorial 2011/2/2

Egipto: provocación y definiciones

Mientras cientos de miles de egipcios se concentraban ayer en la plaza Tahrir de El Cairo -en el octavo día de movilizaciones contra el régimen dictatorial de ese país-, el repudiado presidente Hosni Mubarak anunciaba, en un esperado discurso, que no buscará su relección en septiembre próximo (...).

En el momento actual, la postura de Mubarak no sólo es tardía e insuficiente por donde se le mire: constituye, además, una burla y una provocación para el pueblo egipcio (...).

Pero si las pretensiones de Mubarak resultan inaceptables para las enardecidas masas egipcias y para amplios sectores de la opinión pública internacional, para Washington y Tel Aviv abren un compás de espera por demás conveniente. En la hora presente, es claro que el primero de esos gobiernos no busca tanto sostener el impresentable régimen de El Cairo cuanto procurar el arribo de una autoridad nacional que sea cercana y proclive a sus intereses geoestratégicos, y que conjure, en particular, la posibilidad de un aislamiento de Israel en la región. La preocupación que este último escenario suscita en el gobierno encabezado por Benjamín Netanyahu queda de manifiesto con el despliegue de tropas israelíes a la frontera con Egipto, en la península del Sinaí, y con el hecho de que Tel Aviv ha sido el único gobierno -junto con la monarquía autocrática de Arabia Saudita- que ha expresado su respaldo inequívoco a Mubarak.

La claridad con que se ha expresado el pueblo egipcio en las calles de ese país, y su determinación de llevar sus reivindicaciones democráticas a un punto de no retorno, colocan a Estados Unidos y a sus aliados occidentales ante la obligación moral de atender cuanto antes el reclamo de esa voluntad popular, y profundizar la presión internacional para que Mubarak deje el poder. (...)

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