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Antonio Alvarez-Solís Periodista

Desnudos frente a la libertad

Sí, se han quedado desnudos y friolentos frente a la libertad. Porque la libertad reside plena en esos estatutos de Sortu -a los que se adelanta una oposición española tan ruda como elemental- que proponen la renuncia a todas las violencias, única tierra en que puede arraigar la democracia.

Ante esos estatutos, el Gobierno español y los partidos que lo soportan incluso desde la oposición oponen obligaciones ideológicas a cumplir que no certifican un mayor progreso democrático, sino que persiguen una humillación histórica que aspira a la destrucción interna de la nueva formación vasca. Vano empeño. Necedad política. Incapacidad intelectual para construir lo nuevo, que en España siempre ofende porque afecta a la secular seguridad rural que la mueve. El Partido Popular ha desvelado de nuevo la violencia heredada en su construcción y el Partido Socialista ha iniciado una guerra de guerrillas con todo su perfil serrano.

En primer lugar tanto socialistas como «populares» consideran viva la acción militar de ETA a lo largo de su historia, incluyendo su lucha contra el franquismo. ¿Se puede pensar así cuando se está ante la oferta de un nuevo escenario de convivencia? ¿Puede concebirse la realidad como un drama inmóvil en el que permanente unos son los buenos y otros los malos? ¿Vale ante la decidida oferta democrática de Sortu echar el ancla en fondos bajos y revueltos?

Porque ése es el problema: los fondos bajos y revueltos de una política española que mantiene un edificio sin cimientos morales ni severidad conceptual. España no puede admitir clase alguna de claridad porque esa claridad desvelaría su propio perfil trágico.

Si no hay una víctima sobre el ara estatal, ¿qué pueden socialistas y «populares» ofrecer a masas vocingleras que se comportan broncamente asidas a una historia inmóvil?

Sortu ha logrado remover los cimientos de muchas cosas. Ahora habrá que responder a esta tranquila pero decidida voluntad de entendimiento con una aceptación clara o con una saña enfermiza. No hay más salidas. No valen ya para los observadores serenos los retruécanos de unos comentaristas, encastillados en un periodismo con herrumbre histórica, para enredar el hilo claro de una propuesta democrática que incluye el rechazo de todas las violencias ¡Absolutamente de todas! Ni valen tampoco las posibles manifestaciones de la calle tozudamente española para resecar el nuevo brote de democracia.

No estamos ante la posible resurrección de unas masas que pidan ante el Caudillo la devolución de Gibraltar con insultos a la comunidad internacional. Habitar en Europa, aunque esa Europa esté migrada por mil contradicciones, obliga a manejar hogaño una dialéctica mínimamente razonable.

He paseado la calle, leído a fondo los periódicos y escuchado la radio con atención, y de todo este trabajo he vuelto con una única seguridad: o los políticos y el Gobierno de España aceptan la nueva vía de diálogo y participación o será la propia España la que se quede con las manos presas en su propia y ácida masa. Ahora ya no es la hora de Euskadi, sino la hora de España.

La voz española deberá descubrir si tras sus condenas existe una radical preocupación por el terrorismo, cosa que ya no aparece en las encuestas o si, por el contrario, está únicamente repleta de temor a la independencia de la nación vasca. Si es así, el tanto de culpa por el correspondiente desastre democrático ya no podrán cargarlo a la ciudadanía vasca, sino que tendrán que anotarlo en la contabilidad española. Dejen, pues, de jugar con el dolor de las víctimas -que queda reconocido en el rechazo a la violencia, sea cual sea el origen de esa violencia- y confronte Madrid, con sereno y sólido pensamiento, el momento de apertura política y moral que ofrece la nueva formación política vasca.

Se trata, pues, nada menos que de ingresar en la modernidad para hablar con su lenguaje. Cuatrocientos años largos de parrafadas solemnes y estériles obligan a los políticos españoles a salir del roñoso cascarón para asumir un lenguaje equilibrado y fructífero.

La realidad que acaba de abrirse plenamente en tierra vasca obliga, no obstante, a formular una serie de reparos en torno al gran acontecimiento.

En primer lugar, parece asombroso que algunas asociaciones de funcionarios, y hablo ahora del sindicato policial que ha expresado su horror ante la nueva posibilidad política, se permitan adelantar su postura de rechazo a la oferta de Sortu. Los funcionarios policiales están para perseguir posibles delitos en auxilio de los jueces y bajo su severo control y no para expresar un protagonismo que no les corresponde. Quizá toda esta palabrería descubra, una vez más, el fondo de un Estado en el que domina el mal anarquismo nacido de una detestable y enrevesada gobernación. Quizá. Ni la Policía inglesa, ni la alemana, ni la francesa, ni las prudentes y disciplinadas policías nórdicas expresan jamás su postura moral en torno a un fenómeno político. Si esto aconteciera, esas extrañas posturas serían inmediatamente desautorizadas por los políticos que rigen los destinos de su país.

Pero entre nosotros se ha dado a los diferentes cuerpos policiales no solamente la autoridad delegada para practicar su genuino trabajo, que ha de hacerse con toda cortesía hacia los ciudadanos, sino que además se les ha dotado de la facultad de pre-juicio sobre aquellas materias que precisan de otros desvelos y otros poderes. Esto pone de relieve, unido a otras manifestaciones asimismo visibles, el abuso antidemocrático con que se emplea un funcionariado de perfil manchú.

La cuestión respecto a la gran oferta de la izquierda abertzale radica ahora en el largo escarnecimiento que se ha hecho de la misma no solamente por Madrid, sino por parte de una serie de agentes políticos y sociales vascos que nunca han entendido plenamente lo que supondría la independencia de Euskadi, como principio, además, de la liberación de toda Euskal Herria.

Estos agente políticos y sociales vascos han usado conceptos como el de autodeterminación o de soberanía de forma volandera y caprichosa según necesitaran que el viento hinchase sus velas. La verdad es que siempre tuvieron sus ojos puestos en Madrid no para mejorar una estrategia nacionalista, sino para extraer otro caldero de agua milagrosa del pozo del Estado. Su complacencia frente al Estado español ha sido íntima y constantemente sostenida. La legalización de Sortu no puede complacerles plenamente porque habrán de aceptar su compañía viajera en el tránsito electoral si de verdad aspiran a recobrar el Gobierno vasco.

Pero también es cierto que si se impide la navegación política de Sortu, la validez de esos agentes policromados y de sus partidos ahora ya bastante inestables quedará quebrantada profundamente. La pretensión legalizadora que protagoniza Sortu obliga a limpiar fondos con urgencia en las otras naves que forman la flota política vasca.

Y bien, ¿qué hará ahora Madrid? A Zapatero le gustaría una jugada a la catalana, o sea, legalizar Sortu y proceder luego a limarlo convenientemente. A Rubalcaba le complacería, creo, que el abertzalismo fuera destruido por los jueces. A los «populares» les confortaría que continuase la guerra antivasca. Y al PSE no creo que le guste siquiera que se remuevan ni las aguas superficiales de una situación tan difícilmente lograda.

El caso es dar con el plato que puedan tragar los españoles dentro de su aversión a la mesa vasca. Esto es, se trata de jugar a los dos paños de la mesa tras haberla retocado con violencia y falsedad para que tenga solamente uno.

La decisión sigue, pues, en las manos vascas de aquellos que aman realmente a Euskal Herria. La nueva batalla acaba de empezar.

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