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derbi real sociedad-osAsuna en anoeta

Aficiones a la altura del ansiado reto

Quizás alguien pudo pensar que el esperado derbi entre Real y Osasuna iba a trascender para lo malo la lógica rivalidad deportiva. Nada más lejos de la realidad. Ambas aficiones se encargaron de dejar claro que la sintonía es excepcional, independientemente de lo que ocurra sobre el césped.

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Natxo MATXIN I

Fue, desde luego, un acontecimiento especial. En primer lugar, porque llevaba cuatro años sin celebrarse y eso es mucho tiempo para un encuentro entre hinchadas hermanas y, en segundo, por el mal sabor de boca que dejó aquel enfrentamiento en El Sadar de mayo de 2007, con ambas escuadras vascas pugnando por librarse del demonio del descenso, aunque desgraciadamente con diferente suerte al final.

Y Anoeta recordó tal episodio, especialmente con la presentación de la escuadra rojilla, a cuyos jugadores los aficionados txuri urdines pitaron de manera especialmente intensa. En contraposición, las gradas del estadio donostiarra se repartían sus colores tradicionales junto con el rojo, más localizado en determinadas zonas del campo, pero también presente de manera intercalada con el azul y blanco local.

Un claro síntoma de que volvía a reverdecer la conexión entre colegas navarros y guipuzcoanos. Los primeros, reclamando unas valiosas entradas, y los segundos, consiguiéndolas en localidades cercanas para mantener la unidad del grupo, tras el lógico poteo matutino y la comida de rigor. Amén del reencuentro, el ritual contaba en esta ocasión con el valor añadido de que no se pudo reeditar en el encuentro de la primera vuelta en Iruñea, ya que aquella jornada se disputó entre semana.

Pero una vez que el árbitro pitó, la amistad pasó a un segundo plano, cada cual se centró en defender los intereses de su escuadra. Un primer encontronazo entre Rivas y Pandiani, que dio con los huesos del uruguayo sobre el césped, y la posterior reclamación para que los locales echaran el esférico fuera abrió la espita de las «hostilidades» entre los hasta ese momento amigos de barra y mesa. Cada uno vio la película en función de sus intereses, como cabía esperar, por otro lado.

Y es que no llovía a gusto de todos, pese a que la presencia del líquido elemento coincidió con el inicio del choque y se mantuvo presente hasta el final. Más ilusionados los rojillos por el inicio de su equipo, la intranquilidad se adueñó de ellos cuando fueron conscientes de que ese dominio carecía de pegada y se transformaba en ficticio. Los txuri urdines, sabedores de que a su equipo le gusta más jugar sin balón, no se ponían nerviosos y vibraban con cada acercamiento de los suyos.

Quitado el esencial y necesario pique deportivo, la buena concordia de la grada sólo se vio alterada en algunas fases por algún que otro petardo proveniente de una zona ocupada por seguidores navarros, lo que disgustó a los hinchas locales, que les reprocharon su actitud cargada de pólvora.

Ambiente callejero

Pero fue un episodio aislado sin mayor trascendencia para una jornada festiva en la que reinó la mayor de las fraternidades, especialmente cuando los aficionados se concentraron en torno a una barra o pugnaron por hacerse oir por encima del resto con los típicos cánticos de rigor para la singular ocasión.

Como era de esperar, la Parte Vieja volvió a concentrar a la mayor masa de seguidores, ávidos de cargar las pilas antes del duelo con una buena dosis de pinchos, bien regados con diferentes bebedizos, la fórmula idónea para acomodar el ánimo a la dominical celebración deportiva.

Sus calles fueron un nutrido vaivén de atuendos con el azul, blanco y rojo, a medida que los hinchas navarros iban arribando a la Bella Easo en autocares organizados o en vehículos particulares. Incluso los hubo más previsores, que se organizaron para prolongar el disfrute durante unas cuantas horas más, ya que no fueron pocos los que, aprovechando la coyuntura, se desplazaron hasta Donostia a lo largo de la jornada del sábado, con vistas a que la juerga ya se iniciara con carácter nocturno. De ahí que algunas caras reflejaran más el cansancio y la resaca del día anterior que la ansiedad por disfrutar de una buena banderilla acompañada del vermouth. Pero ya se sabe, una mancha de mora, con otra verde se quita.

Y a ciencia cierta que los hubo que pusieron un considerable empeño en que la tarea se tornara lo más efectiva posible. La hostelería, tan maltratada en los tiempos que corren, agradeció sobremanera un acontecimiento de este tipo y correspondió con creces y viandas a la generalizada demanda de una marabunta predispuesta a rememorar pasados derbis.

Luego, la alegría fue por barrios. El aliento desde la grada no fue correspondido de la misma manera con juego y goles, según se tratara de una u otra hinchada. Algunos se quedaron con el regusto de mirar hacia Europa en un notable regreso a la máxima categoría y otros mascullando por adivinarse un año más rezando a San Fermín en la última jornada.

Martín Lasarte

El preparador txuri urdin analizó el encuentro de los suyos como «correcto en cuanto al orden y la intensidad, a la búsqueda de la ocasión que procurara el desatasco y, al final, se consiguió».

El uruguayo se refirió también a la magnífica racha casera de la Real, una condición «que ya se reclamaba cuando estábamos en Segunda y que ahora nos congratula, lo más importante es que la afición no se aburra». Lasarte explicó, asimismo, algunos de los cambios en el once y habló de «revulsivo» en el caso de la entrada de Demidov. N.M.

José Antonio Camacho

El técnico rojillo volvió a apelar por enésima vez a ese «pelín de suerte que nos falta» y no dio la sensación de que viera ningún aspecto que corregir, pues avanzó que «no voy a cambiar nada», de cara a sucesivos encuentros lejos de El Sadar.

Ahora que el equipo se ha metido en descenso, Camacho no mostró mayor preocupación «que la que tenía al principio de la temporada porque tenemos que saber sufrir y ahí van a estar ocho o diez equipos». «Creo que ha sido un partido no para ganarlo, pero tampoco para perderlo», valoró. N.M.

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