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CRíTICA cine

«El santuario»

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Koldo LANDALUZE

Apesar de que en los títulos de crédito figure el nombre de Alister Grieson, “El santuario” no es más que una prolongación del discurso esgrimido por su productor, James Cameron. A lo largo de la película se asoman detalles afines a un discurso que reside en un estilo de corte aventurero y donde el factor agua juega un papel predominante y mucho más destacado que el de los propios personajes los cuales -y siguiendo con el parentesco cameroniano- apenas son meros esbozos y están muy pobremente desarrollados dentro de una trama resuelta con mucha pompa y circunstancia. Este es uno de los lastres principales de una superproducción concebida para ser disfrutada en las salas de cine mediante el ya manido recurso técnico de las 3D.

Curiosamente, y a pesar del empeño de Cameron-Grieson por rodar la película íntegramente en el formato tridimensional, los resultados son más que discutibles ya que toda la historia transcurre en las entrañas de la tierra y únicamente algunos rayos de luz dotan de profundidad de campo a esta odisea subterránea que comparte una expedición integrada por submarinistas y que pretenden recorrer la cueva más grande y peligrosa del mundo. El detalle de algunas escenas submarinas y, sobre todo, la espectacular ascensión que realiza el protagonista en la recta final, figuran entre lo más reseñable de este filme que fue concebido para provocar inquietud en el espectador y nunca lo consigue.

Convertido en auténtico gurú del 3D, el autor de “Avatar” ha pregonado los beneficios que reporta y reportará esta técnica al medio cinematográfico. Lamentablemente, “El santuario” no es ni de lejos la mejor tarjeta de presentación para un modelo de cine que mucho más que técnicas revolucionarias, de lo que si está necesitado es de nuevas ideas y originalidad. Ya se sabe que las comparaciones siempre resultan odiosas, pero va a resultar inevitable que cuando se hable de este filme, salte de inmediato la película de Danny Boyle “127” horas y en este duelo, el proyecto de Grieson-Cameron, lleva todas las de perder.

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